jueves, 31 de marzo de 2011

BARCELONA Y EL SEXO


Info-Krisis.- No sabríamos como definir la Barcelona tradicional, si inhibida y pacata en lo sexual o desenfadada y dionisíaca. A decir verdad hemos encontrado rastros de lo uno y de lo otro. Barcelona tuvo, como todo puerto de mar, un barrio de dudosa reputación, salpicado de lupanares, llamados aquí, eufemísticamente, "casas de barrets". Incluso hasta nuestros días  la institución de los "meublés", cuya discrección y exquisitez ponderan todos los que han pasado por ellos, es muestra de ese doble aspecto: de un lado se vive el deseo de gozar, de otro se mantiene en secreto. ¿Tiene la sexualidad de los barceloneses algo que ver con lo mágico y misterioso que nos ocupa? Hubo un tiempo en que sí. 

Antes hemos aludido a las brujas y hechiceras. No es ningún secreto -y así lo hemos dicho- que, desde la más remota antigüedad existió un nexo de unión entre brujas y celestinas; desde Roma y, posiblemente también en Egipto, las primeras celestinas fueron también hechiceras; el filtro amoroso se situaba en el espacio común y exigía de la celestina una sabiduría que iba mucho más allá de satisfacer las necesidades lúbricas de la clientela. Por lo demás, alguién ha definido al sexo "como la fuerza mágica más fuerte de la naturaleza" y a poco que meditemos sobre ello veremos que así es, en efecto. El sexo está íntimamente ligado -aunque no necesariamente- al Amor. Y los barceloneses de ayer y de hoy se han amado como pocos pueblos.


LOS INICIOS DE UN GRAN AMOR
               
Ayer se daba más pompa, ceremonia y solemnidad a la declaración de amor. Acaso por eso las uniones duraban más y, aunque el tedio llegara finalmente, solían ser eternas. Y no era raro que así fuera. Los jóvenes barceloneses, antes de declararse a una "pubilla", iban siete domingos seguidos a misa en el Convento de San José y solo después del último "Ita misa est" osaban declararse a su amada. Si la boda no podía celebrarse inmediatamente, ambos jóvenes, acudían a jurarse amor eterno ante la estatua de la Mare de Deu del Carmen que se exponía en la Iglesia de San José.
               
Existían ciertas procesiones y ritos religiosos creados para estimular el amor eterno. También existían supersticiones que operaban a modo de indicativos. Si una chica se miraba al espejo en la medianoche del día de San Juan, podía intuir en él la imagen de quien sería el gran amor de su vida, al menos eso decía una tradición muy extendida entre los barceloneses que pensaban también que en la fuente de Hércules, situada en el Paseo de San Juan esquina Córcega, se reflejaba en el agua el rostro de la persona que estaba destinada a compartir alegrías y tristezas por siempre jamás; esto ocurría a la misma hora, el mismo día fatídico. 

Dos procesiones tenían análoga finalidad y ambas discurrían por el barrio del Raval. Una, la llamada "dels bordets", en los prolegómenos de la Semana Santa, hacía desfilar con cirios pascuales en las manos, a los hijos nacidos fuera del matrimonio, abandonados o huérfanos; si alguién sentia una repentina pasión por alguno de los "bordets", no tenía nada más que entregarle una cinta azul en prenda de su amor.
Otra procesión partía del convento de las Egipcíacas a la ermita del Peu de la Creu, ambas lugares hoy desaparecidos, pero que han dejado rastros en el callejero del Casco Antiguo. La procesión  -que ya mencionamos en nuestra Guía de la Barcelona Mágica- se parecía extraordinariamente a las antiguas saturnales romanas. Los jóvenes varones, con el torso desnudo debían azotarse las espaldas mientras duraba el recorrido. Se decía que si alguna gota de sangre salpicaba a alguna chica, ésta quedaría inmediatamente prendada del penitente. Ritos y tradiciones ingenuas de una sociedad que se esforzaba en entrar en la modernidad. A partir de la crisis finisecular, todo esto fue barrido por los traumas en cadena que vivió la sociedad barcelonesa.

HETAIRISMO Y DERECHO DE PERNADA
               
Estos amores eternos estaban muy alejados de las uniones temporales obtenidas al auspicio de los burdeles que, son en definitiva, las que nos interesan. Y tienen cabida en estas páginas en la medida en que la prostitución, originariamente, fue en todo Occidente una institución sagrada. Egipto, Grecia, Roma, y las demás civilizaciones tradicionales concebían el "hetairismo" como prostitución sagrada. La mujer, hasta entonces virgen, debía ofrendar su integridad a la diosa antes de contraer matrimonio. Llevada al templo consagrado a la diosa del amor, debía esperar junto a una columna que cualquier extranjero arrojara una moneda a sus pies para entregarle su virginidad. Nunca jamás volvería a ofrecer su cuerpo a cambio de dinero, sin embargo tal era el tributo que debía a la diosa. Cuando se analiza el origen del "derecho de pernada" se comprueba que tuvo un origen similar. En la mayoría de los casos, bastaba que la mujer que iba a contraer matrimonio pasara sobre la cama del noble, sin que éste la tocara; era el signo de que le rendía vasallaje y sumisión. El futuro marido, por su parte, en el curso de la misma ceremonia ofrecía al noble "beber en sotacopa"; el acto consistía en ofrecer al noble local un vaso de agua en una bandeja que éste tomaba y arrojaba su contenido en semicírculo, mientras que decía que el pacto de vasallaje duraría todo el tiempo que aquel agua tardara en regresar al vaso. Cómo puede verse, el "derecho de pernada", en nuestro ámbito cultural jamás adquirió el carácter dramático y depravado que en otras latitudes.
               
En esas mismas culturas mediterráneas, el hetairismo se convirtió en una cofradía sagrada de la que derivó directamente el fenómeno de la prostitución. Podríamos decir que la prostitución actual no es sino una institución sagrada transformada en laica en el decurso de las centurias; una institución que tenía un lugar muy concreto en la sociedad. Las culturas clásicas distinguían dos figuras de mujer: la mujer madre y la mujer amante que se encarnaron en la Roma antigua en las figuras de Demeter (convertida en Santa Madrona en la Ciudad Condal) y Venus Afrodita (una joven que embrujaba con su aspecto físico, algunos de cuyos rasgos -salvo la virginidad, pequeño detalle- coinciden con el mito de Santa Lucía que ya analizaremos en otro lugar de esta obra). 

Incluso a principios de siglo, era extremadamente frecuente que varones de todas las clases sociales, tuvieran una amante oficial, al tiempo que compartían una feliz vida hogareña. Para ellos -e incluso para sus mujeres- resultaba obvio que las madres de sus hijos no podían tener la misma servidumbre sexual que exigían a sus amantes; hacerlo hubiera sido degradar su función materna y mezclar dos planos que no tenían nada que ver: el del amor y el del sexo. El hecho de que en una de las torres de la muralla romana se descubriera una estatua de Diana implica que determinados cultos telúricos de carácter mistérico, se celebraban ya en la Barcelona de los orígenes. La institución fue variando y adaptándose a los nuevos tiempos, pero conservó hasta un tiempo excepcionalmente reciente residuos de ese carácter sagrado propio de su irrupción. No en vano existía en la prostitución barcelonesa un hilo endeleble jamás roto entre las casas de lenocinio y los conventos de un lado y la brujería de otro. Hemos aludido a Enriqueta Martí como muestra de lo segundo, tendremos en este capítulo ocasión de ver como en determinado período del año las prostitutas barcelonesas ingresaban en un céntrico convento y como en la decoración de algunos burdeles dominaba el viejo simbolismo pagano.

EL CASTIGO

La Barcelona antigua jamás puso excesivo énfasis en combatir la prostitución, si en cambio vio siempre con malos ojos al intermediario, al alcahuete, que era castigado con el cepo. Este castigo tenía un carácter genérico y siempre iba acompañado por algún complemento: la lengua atravesada por un alfiler para los blasfemos, tripa de cerdo en torno al cuello por ofensas a las autoridades, la cara untada con boñiga de buey si se trataba de un agravio al vecino, etc. Los alcahuetes resultaban expuestos a la vergüenza pública en la Plaza del Ángel; desnudos en los cepos, el castigo duraba medio día para la primera falta y día entero para los reincidentes. Con el tiempo el castigo se atenuó y en el siglo XIX se limitaba solo a rapar el pelo y las cejas y a ser paseada la culpable a lomos de un burro por las calles de la ciudad antigua.

La abundancia de prostitución en todos los tiempos deriva del carácter portuario de la ciudad. Barcelona tuvo puerto desde la mas remota antigüedad aun cuando la ubicación de éste no haya dejado de variar a lo largo de los siglos. La calle Argentería era el antiguo camino romano que conducía a los muelles, partía de una puerta lateral de la muralla, el Portal Mayor. No era la puerta más próxima al mar; la Puerta de Regomir o Puerta Pretoria vigilaba las costas, sin embargo, en esa parte, al tratarse de un acantilado rocoso, era impracticable como puerto. El área situada frente al fuerte de Regomir se conoció en la edad media como Roquetas, precisamente por su configuración. El perfil de la costa varió mucho. En el período en que se construyó la muralla romana, el mar alcanzaba hasta Regomir. Joan Amades sostiene que en el siglo XI el mar llegaba prácticamente hasta la plaza del Pi, lo cual parece exagerado. Sin embargo si es cierto que en el siglo XIII ya se había retrasado hasta la calle de la Merced y, doscientos años después estaba a la altura de la actual Plaza de Antonio López, frente al edificio de Correos. La sedimentación de las arenas arrojadas por el Besós y el Llobregat produjo la formación de una barra litoral que luego, tras 1714, se rellenó con los escombros del barrio de la Ribera, sobre el que se edificó el Barrio de la Barceloneta. La actual plaza de Medinacelli, donde hoy se encuentra la columna en honor de Galcerán Marquet, fue hasta el XVIII lugar donde baraban las barcas de los pescadores. Poco a poco el puerto fue desplazándose hacia esa zona donde, a lo largo del XIX, se fueron concentran los prostíbulos.
               
En tiempos de Cervantes el fenómeno tenía una incidencia mucho menor. El escritor aprovechó unos meses en la ciudad de Barcelona, para rememorar en en "El Quijote" ese período en el episodio de la "cabeza parlante". La tradición sostiene que el escritor se albergó en la casa de Gil Grau, en el número dos del Paseo de Colón. La casa, por supuesto, ha sufrido drásticas modificaciones a lo largo de los siglos y la que acertadamente alberga hoy al Gremio de Editores, tiene poco que ver -salvo el emplazamiento que le otorga la tradición- con la casa originaria. La Muralla del Mar situada justo enfrente hizo que debiera accederse a la casa por la calle de la Merced. Cervantes imaginó la lucha entre su héroe alienado y el Caballero de la Blanca Luna, en la playa situada frente al actual edificio de Correos. Es significativo que la derrota sufrida ante su oponente bastó para devolverle la razón; pero esta es otra historia.

Desde finales de la Edad Media hasta el siglo XVII se obligaba a las prostitutas barcelonesas a vestir de una manera diferente. Un pañuelo de colores vivos e inusuales, situado sobre la falda, delataba su oficio. El pañuelo se llamaba "parranda", nombre que ha quedado asociado a juerga y libertinaje. La tradición sostiene que la mujer de Jaime I, dispuso esta ordenanza después de que una prostituta besara al rey en el curso de la misa sin que éste advirtiera su condición.

Con esta historia y esta fisonomía, el puerto de Barcelona iba a tener un creciente tráfico marítimo, sobre todo cuando, a lo largo del siglo XVIII, aumentó el comercio con ultramar. Tras semanas de travesía, los marineros, una vez desembarcados, se convertían en ávidos consumidores de sexo. Amadés da una etimología para la palabra "ramera" no carente de interés: la "ramera" sería la mujer del "remero". Para satisfacer a remeros de galera y marineros de altura estaban las hetairas barcelonesas y sus curiosas costumbres. 

BURDELES DE OTROS TIEMPOS

Amades da seis características por los que podían reconocerse los burdeles barceloneses: solían tener en su fachada el relieve de una dama hermosa (como el de la calle de la Carassa), en otros casos un sátiro y motivos eróticos evidenciaba la condición del local (burdel del número 6 de la calle Ancha), otros burdeles tenían abundante decoración vegetal (fue un burdel el que, precisamente por ese motivo, dió nombre a la atual calle del Laurel); más tarde bastaba que tuvieran el número de la calle en grandes caracteres para que se supiera el destino del edificio; las fachadas pintadas de bermellón eran otro indicio y, finalmente, la estrechez de las puertas de acceso.

Hubo un tiempo en que las autoridades protegían a los burdeles como si de un bien municipal se tratase; sabedores de que estos locales podían ser foco de disputas y tensiones, eran vigilados por una guardia; también la autoridad municipal procuraba, a la vista de las enfermedades venéreas que irradiaban los burdeles, que sus pupilas se sometieran a frecuentes controles médicos. Unas costumbres extremadamente avanzadas y, desde luego, mucho más razonables que las actuales.

Al llegar la Semana Santa se requería a las prostitutas para que ingresaran en el Convento de las Monjas Egipcíacas, pero esto no constituía tanto un castigo como la posibilidad que una sociedad creyente y devota daba a las mujeres que practicaban el oficio mas viejo del mundo, un tiempo de meditación y búsqueda interior. Situado en la confluencia entre la calle del Hospital y la Riera Baja el convento se llamó a partir del siglo XVIII "de las arrepentidas", regentado por las Monjas Mínimas. En este convento se veneraba una imagen del Santo Cristo de los Descarriados. Cuenta la tradición que una prostituta lo recibió de una persona piadosa; la prostituta le prometió solemnemente que los viernes no pecaría, pero víctima de la necesidad, terminó rompiendo su juramento y el Cristo sudó. Afectada por el milagro, la prostituta ingresó en el convento. No muy lejos de allí, en el convento de San Agustín -cuyo último resto, la iglesia de San Agustín puede verse hoy en la plaza del mismo nombre- se veneraba una imagen de la Madre de Dios de las Virtudes, a la que las prostitutas más piadosas iban a orar tras acabar su jornada. 

BURDELES TRADICIONALES

Frente al convento de los Angels, en pleno Raval existía un famoso burdel regentado por una celestina, la "Nicolaua" que solía utilizar ruda para encandilar a los hombres. Tenía fama la tal "Nicolaua" de que los hombres que llegaban hasta su cama soportaban dos coitos, pero el tercero los colocaba en riesgo de muerte. Varios, efectivamente, fallecieron en lo que se suponía era un envenenamiento. Terminó denunciada a la Inquisición como hechicera y nigromante. Otro burdel famoso estaba situado en la Plaza Real disimulado en una tienda de sombreros. Bastaba pedir un modelo determinado para que el cliente tuviera acceso a la trastienda dedicada a muy diferente menester. De este burdel deriva la asimilación barcelonesa de estos locales a "casas de barrets" (sombreros). En los períodos absolutistas de recio moralismo del siglo XIX se solían utilizar triquiñuelas de este estilo. Otro burdel, este en la Baixada de la Pressó, estaba disimulado en una guantería. La casa del Fang en la calle del Comercio, era otro afamado burdel del que se contaba la leyenda de una garza que robó un diamante del Rey de Portugal y lo depositó allí dando lugar a todo tipo de comentarios. 

El burdel de la calle de las Moscas gozaba de gran prestigios entre los marinos de todas las latitudes. Las mujeres que allí trabajaban aspiraban a ser redimidas de su humillante cometido por algún apuesto marinero. Y no se trataba de una quimera, sino de una práctica habitual. El burdel de la calle de la Carabassa mostraba un orgulloso reloj de sol del que aun quedan trazas y el del numero 11 de la calle Serra tenía en su portal unas rejas que fueron suficientes para expander el rumor de que las mujeres que allí se ofrecían al público estaban secuestradas. Otro burdel que gozaba de gran prestigio estaba situado en la calle de la Carassa esquina Mirallers; allí puede verse aún el rostro humano pétreo que indicaba a los soldados y marinos extranjeros la existencia del lugar. Este, en concreto, fue posterior a la guerra de sucesión y se habilitó a mediados del siglo XVIII. El burdel de la calle de las Cabras fue de los primeros en construirse en esa zona cuando el Raval era aun un descampado. Antes, en los siglos XIV y XV, la zona próxima a la colegiata de Santa Ana estaba salpicada de burdeles que doscientos años después se desperdigaron por el Raval.
               
Una zona a la que llegaron a lo largo del siglo XIX fue a la calle del Arco del Teatro que entonces se llamaba calle de Trentaclaus, nombre que ostentaba desde el siglo XIV. La calle era larga y tras dejar atrás la muralla por el Portal de Escudillers, recorría la parte baja de las Ramblas, pasaba tras las Reales Atarazanas e iba a parar a las barracas de pescadores del Puerto antiguo, hoy Can Tunis. En el 1401 la Reina María ordenó que las prostitutas abandonaran el lugar; fue entonces cuando se desperdigaron a lo largo de las Ramblas y llegaron hasta Santa Ana. Allí fueron a confluir con otras expulsadas del barrio de las Puelles por decisión de la abadesa con la aquiescencia del Rey.

ASÍ FUE LA "INDUSTRIA DEL SEXO"

Desde entonces hasta nuestros días las costumbres y zonas de prostitución han variado extraordinariamente. Hoy el Barrio Chino barcelonés es solo un recuerdo. Sus calles han sido "esponjadas" y la mayoría de burdeles y zonas de prostitución han desaparico. Eso no quiere decir que el fenómeno haya desaparecido, sino todo lo contrario. José María Carandell escribía su "Guía Secreta de Barcelona", "la calle Robador era la de mayor incidencia prostibularia". Hoy Robador, una de las calles más antiguas de la ciudad, es casi un recuerdo. Ya no quedado ninguno de los "consultorios médicos" o "clínicas de vías urinarias" que vendían preservativos y examinaban órganos genesíacos enfermos; han sido sustituidos ventajosamente por los sex-shops o los centros de asistencia primaria, ninguno de los cuales está situado en aquella zona.
               
Durante los años ochenta la marejada de la droga y las reformas urbanísticas en el Casco Antiguo acabaron con buena parte de este ambiente. La figura del "chulo" o "taxista" ha desaparecido prácticamente. La mayor cantidad de burdeles se sitúa hoy en barrios respetables, el Ensanche es uno de ellos, pero en la "zona alta" de la ciudad están sin duda los más afamados. En cuanto a los "meublés", tras algún período de cierre por parte de las autoridades franquistas, los vientos de la transición los reabrieron y retornaron a sus momentos áureos. Robador no es un caso único, calles enteras como la de las Tapias han desaparecido en su antigua configuración para reabrirse sin sombra de prostitución. De la "isla negra" situada entre San Ramón, San Olegario y las Tapias no queda sino un descampado. Cuando en 1956 el gobierno cerró las "casas de lenocinio" se tenía la presunción de que la "vida golfa" había sufrido un golpe mortal. Carandell sitúa a Barcelona a la cabeza con 98 establecimientos de este tipo cerrados. En esa medida hay que ver el origen de la abundante prostitución callejera que vimos cuando despertamos al sexo allá a mediados de los sesenta y hasta bien entrados los ochenta. Lo que vino después fue el tránsito de la economía artesanal a la industrial: desde principios de los ochenta la prostitución había ido emigrando a zonas más respetables e incluso el gran periódico de la burguesía catalana bienpensante alquilaba parte de sus páginas de anuncios por palabras a las nuevas hetairas incluso en los últimos años del franquismo. 

Sin embargo, la mayoría de prostitutas actuales ni están motivadas por el hambre como antes, sino por el consumo en el mejor de los casos (la prostitución unida al fenómeno de la droga todavía no ha logrado erradicarse). Muchos consumidores habituales de estos servicios se quejan de la desmotivación e impericia de las pupilas; "ya no hay prostitutas profesionales", suelen decir. Y tienen toda la razón. La prostituta de hoy, a diferencia de la tradicional, está desarraigada; a pesar de todo lo sórdido que siempre ha acompañado a la prostitución, antes estas mujeres constituían, sino formalmente un gremio, si al menos tenían prácticas que indicaban cierto nivel de organización colectiva. Se sabe, por ejemplo, que las prostitutas mayores, ya retiradas del oficio, cuidaban a los niños de las que aun estaban en activo. También que las mayores, llegado el momento, se retiraban y abrían un local de citas que ponían a disposición de las jóvenes. Existía "continuidad generacional" entre unas y otras promociones. 

En las salas de espera se transmitían los secretos del oficio, como lograr hacer eyacular antes a un hombre, qué hacer y decir y que no hacer y callar, trucos y pequeñas maldades, que constituían la esencia de la profesión. De eso ya no queda ni el recuerdo. También aquí, la tradición se ha perdido y lo que trae la modernidad -el cybersexo, con el que Barcelona se ha situado a la vanguardia europea del sexo- parece excesivamente frío como para poder sustituir con ventaja los viejos usos y costumbres. La distinción entre mujer madre y mujer amante ha quedado abolida en estas décadas de liberación de la mujer. Los roles sociales se han difuminado y el caos que vive hoy la prostitución contrasta con la sensación de orden que alcanzó en otro tiempo.

©  Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - http://info-krisis.blogspot.com - Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen.