martes, 9 de agosto de 2011

Atentados de Oslo (V de V). EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LOS ATENTADOS DE OSLO


5. Para lo que va a servir el crimen de Anders Behring Breivik: el contexto histórico

Desde hace 65 años, Europa Occidental está gobernada por partidos que llegaron en el furgón de los vencedores de 1945. Básicamente estos partidos respondían a dos características: en la izquierda, el tradicional movimiento obrero organizado en partidos socialistas, en la derecha las clases medias organizadas en partidos liberales, democristianos o conservadores. El sistema político de Europa Occidental se mantuvo firme desde entonces reposando sobre estas dos columnas: una de centro–derecha y otra de centro–izquierda. Con sus características propias, con sus etiquetas particulares, este sistema atravesó la Guerra Fría, llegó al efímero período de “fin de la historia” y se adentró en la era de la globalización.

Un largo recorrido en el que, en política internacional se pasó del bilateralismo al unilateralismo y hoy se encamina hacia el multilateralismo. Pero así como el tránsito del primero al segundo supuso una victoria de los EEUU sobre la otra potencia mundial, la URSS, el tránsito del unilateralismo norteamericano al multilateralismo no puede ser considerado sino como derrota del “imperio”. Y esa derrota es algo más que la de un país arruinado que soñó durante un breve período –de 1989/91 a 2008, es decir, de la victoria norteamericana en la guerra de Kuwait, paralela al hundimiento del muro de Berlín y del bloque soviético, hasta la llegada al poder de Obama que coincide con la segunda etapa de la crisis económica internacional originada en EEUU en junio de 2007– con ser la única potencia mundial: es la crisis de un estilo de vida, de una forma de Estado, de una concepción del mundo, de una forma económica, de un estilo de organizar los Estados en base a un sistema partidocrático, es, digámoslo ya, una crisis global. Todo lo que hemos visto hasta ahora puede ser considerado como el “viejo mundo”, la etapa que se abrirá en los años que seguirán –que se está abriendo ya ante nuestros ojos y que no vemos todavía porque hemos estado demasiado tiempo con los ojos acostumbrados a la oscuridad– será tan radicalmente diferente a la que conocemos que, en rigor, podemos llamarla el “nuevo mundo”.


Estamos, pues, asistiendo a la desintegración del sistema mundial, no de tal o cual régimen, sino de todo un sistema que cobró forma a partir de 1945 y que ha ido prolongando su existencia, mal que bien, desde entonces. Nuestra generación ha visto como caía uno de los puntales de ese sistema mundial, la URSS, pero todo induce a pensar –y no es un deseo– que veremos también como la potencia norteamericana se extingue y con ella un “nuevo orden” cobra forma. En el tránsito entre lo que se extingue hoy y lo que vendrá mañana se producirán los inevitables dolores del parto: un sistema se niega a desaparecer y utiliza para ellos sus peores armas, otro sistema pugna por nacer y al verse taponado genera períodos de tensión, por otra parte, el tránsito del unilateralismo al multilateralismo no se producirá sin tensiones internacionales extremas.

¿Qué está ocurriendo en Europa en estos momentos? Que las fuerzas sobre las que se mantenían los distintos regímenes políticos de Europa Occidental, están entrando en colapso.

En 1945 las fuerzas políticas y sociales que alumbraron el nacimiento de estos regímenes tenían la iniciativa: la clase obrera organizada en partidos de izquierda era fuerte en el momento en que Europa iniciaba su reconstrucción y, el centro–derecha era la única alternativa apoyada en las clases medias. El atraso secular de los países mediterráneos hizo que este esquema retrasara su aplicación casi 30 años, pero a partir de la caída de Marcelo Caetano en Portugal y de la muerte de Franco, que coincidió prácticamente con el fin de la dictadura militar griega, esta zona del sur también se “normalizó”.

A diferencia de la Europa del Este en donde el tránsito del estalinismo a las democracias formales todavía encuentra problemas de ajuste, en Europa Occidental los distinto regímenes nacidos en 1945 –o a partir de 1975– sufren otros problemas comunes y característicos: falta de representatividad democrática, ascenso de nuevas opciones políticas, crisis económica, corrupción de la clases políticas dirigentes y descenso de su nivel de calidad, incapacidad para resolver los efectos de la crisis económica, deriva partidocrática y plutocrática, imposibilidad de estabilizar un sistema mundial globalizado… En realidad, puede decirse que lo que ha ocurrido es que las fuerzas que eran hegemónicas en 1945 (tanto a nivel internacional como a escala de cada una de las naciones de Europa Occidental) están en crisis y ya no tienen la preeminencia respecto a su momento histórico.

1. “Beneficiarios” y “Damnificados” por la globalización

Socialmente, es posible dividir a la población entre “beneficiarios” y  “damnificados” por la globalización. Entre los primeros se encuentran solamente una élite extremadamente reducida de financieros especializados en operar con capitales internacionales moviéndolos de un lugar a otro del planeta, allí donde hay posibilidades de grandes beneficios, frecuentemente comprando deuda soberana. Esta élite financiera está presente en las bolsas y, desde allí, penetra a las industrias multinacionales, está presente en los grandes conglomerados bancarios, en las instituciones financieras internacionales e impone su política a los gobiernos. Es el poder real que está por encima del poder virtual de los Estados cuyos gestores temporales –las clases políticas– comen literalmente de sus manos. Entre los segundos se encuentran especialmente las clases trabajadoras, las clases medias, los jóvenes, los pensionistas, es decir, la inmensa mayoría de la población. Pues bien, son los primeros los que mantienen su hegemonía sobre los segundos. Ya no hay luchas ideológicas como en la postguerra, ya no hay luchas sociales como hasta finales de los setenta, ya no existen ni siquiera distintos planteamientos globales en el seno del sistema: hemos llegado al pensamiento único que expresa los intereses del capital financiero, sólo eso y nada más que eso.

Pero el sistema globalizado ha cavado su propia tumba y ha sido el artífice de su propia desestabilización.

La globalización, a fin de cuentas, no es más que un intento de optimizar los beneficios del capital a nivel mundial. Para ello era preciso producir más y más barato: no es raro que la deslocalización diariamente se lleve empresas a los países emergentes, por alejados que estén, para lograr el abaratamiento de sus productos, a pesar de que ese proceder es aventurero, irresponsable y efímero: el pico de Hubber que marca el fin de la era del petróleo barato y el inicio del ciclo de agotamiento del crudo, en apenas treinta años, hará que los precios de los fletes encarezcan el transporte desde China (la “manufactura del mundo”) hasta los consumidores; por otra parte, la deslocalización hace que disminuya inevitablemente el consumo en los países del antiguo Primer Mundo cuya disminución apenas es compensada momentáneamente por el abaratamiento de los productos. Los puestos de trabajo perdidos en el sector industrial no son compensados por bolsas de nuevos empleos: el mercado laboral en Europa, poco a poco, se va contrayendo, especialmente en países que se han quedado con un tejido industrial anémico o que han vivido de burbujas especulativas pero no de economía productiva (Portugal, España, Grecia, Italia, Irlanda). Y este es el gran problema…

… Porque la globalización es una autopista de doble dirección: por una parte, la que conduce a la deslocalización, pero también hay otra no menos lesiva para los intereses de Europa Occidental, la inmigración que arroja a grandes masas de población hacia Europa. El fin de la inmigración no es otro que el de arrastrar a la baja a los salarios con el fin de hacer más competitiva los productos producidos. El trabajo en economía liberal no es más que un valor de mercado sometido a las leyes de la oferta y la demanda: más oferta de trabajo, con una demanda decreciente, lleva inevitablemente a descensos salarias virtuales (estancamiento salarial más inflación supone un descenso real del salario percibido) o reales: entre 1999 y 2006 los salarios aumentaron el 3’7%... mientras que la inflación acumulada lo hacía 1,4% en 1998, 2,9% en 1999, 4,0% en 2.000, 2,7% en 2001, 4,0% en 2002, 2m6% en 2003, 3,2% en 2004, 3,7% en 2005 y 2,7% en 2006, lo que globalmente supone un 25,8%, es decir, que durante el período anterior a la crisis (tiempo de gran crecimiento económico–especulativo), el salario global en España disminuyó ¡una cuarta parte! Según el informe anual de 2007 de la OCDE [Employment Outlook, 2007] sobre la situación de la población empleada, que incluye los países económicamente más desarrollados del mundo, España es, de los 27 países, el único que ha tenido durante el periodo 1995–2005 un descenso del salario promedio. El único dato –no hay otro– que permite explicar este fenómeno es la llegada masiva de inmigrantes precisamente en los años de auge económico. Solamente hasta 2007, cuando se inició la crisis, España era el segundo país del mundo en recepción de inmigrantes y solamente detrás de EEUU (2), lo que equivale a decir que España con poco más de 40 millones de habitantes recibía solamente algo menos inmigración que EEUU con ¡ocho veces más población! Anuario de la Comunicación del Inmigrante de 2007 (3) preveía que en 2025 tres de cada diez conciudadanos –unos ocho millones– podría no haber nacido en España o ser hijos de padres extranjeros, un porcentaje que incluso superaría al del país europeo con mayor proporción de inmigración, Suiza, con un 20% de la población llegada del exterior. Otros países europeos con más tradición en llegada de inmigrantes están por detrás de España: Francia (con el 9,6% de inmigrantes sobre 63,4 millones), Alemania (con el 8,9% sobre 82,6 millones) y el Reino Unido (con el 8,1% sobre 60,6 millones). La propia secretaria de Estado de Inmigración, Consuelo Rumí, uno de los miembros del lobby socialdemócrata pro–inmigracionista reconoció que la inmigración «el fenómeno social más intenso que ha sufrido España en décadas»…. Y, en efecto, así es, no solamente en España sino en toda Europa Occidental.

Pues bien, la inmigración es precisamente lo que ha contribuido a decantar a amplias franjas de la sociedad europea hacia las filas de nuevas opciones políticas ante el fracaso de las tradicionales para afrontar el fenómeno. La inmigración, generada por la globalización con la intención de “uniformizar” el mundo, crear un mestizaje universal que aboliera diferencias, quebrara rasgos diferenciales y encajara mejor con el concepto “global” que le interesa defender (ese que convierte en damnificados a las mayorías y beneficia solamente a unos pocos), paradójicamente ha supuesto el trampolín para desestabilizar al sistema.

2.- Las fuerzas políticas del “sistema”: sin futuro

A finales de los años 70, las masas trabajadoras y los intelectuales empezaron a desertar de los Partidos Comunistas, éstos cometieron posteriormente el error de considerar a la inmigración como la “nueva clase obrera” y se lanzaron a una enloquecida carrera para incorporarla a su base electoral: el resultado unánime en toda Europa Occidental (en España, Portugal y Grecia, el fenómeno tardaría algo más en manifestarse) fue que ni los trabajadores europeos (con quienes la inmigración competía en el acceso a los puesto de trabajo y que convivía en sus mismos barrios) entendieron el mensaje sino que lo consideraron como un atentado contra sus propios intereses, sino que la mayoría de trabajadores inmigrantes jamás se sintieron interesados por la política de los países de acogida. Si a esto unimos el descalabro de la URSS, podemos entender el porqué hoy el comunismo es un mal recuerdo de otro tiempo.

En cuando al socialismo, a partir del Congreso de Bad Godesberg del SPD alemán en 1959, la nueva línea quedaba marcada para el centro–izquierda: se renunciaba a Marx y se aceptaba como incuestionable la forma capitalista, tan solo se intentaba corregir algunos de sus aspectos más extremistas introduciendo políticas de bienestar social. Amplias franjas de trabajadores y de clases mediantes se incorporaron a este proyecto que, con mejor o peor fortuna, ha prolongado su vigencia hasta el inicio de la gran crisis económica. A la socialdemocracia europea se le ha perdonado su corrupción consuetudinaria que se ha prolongado durante décadas, se la ha perdonado su ineficiencia a la hora de gestionar la res publica, se le ha perdonado que cada vez con más frecuencia cayera en prácticas partidocráticas y se le ha perdonado su humanismo–universalista que tenía más que ver con las directivas de la UNESCO que con cualquier documento de la izquierda clásica. Pero hay una cosa que las masas no han perdonado a la socialdemocracia: el que, cuando se ha producido la gran crisis económica, tomara partido por la banca, por el gran capital y la alta finanza y que, lejos de defender los intereses de las clases trabajadores hiciera justamente lo contrario.

Y ese error de cálculo ha puesto aún más de relieve el pecado histórico del centro–izquierda europeo: abrir las puertas a la inmigración masiva cuya presencia atentaba y muy especialmente contra los intereses de sus bases electorales. Estos dos elementos son precisamente (junto a la gran crisis económica) los que han entrañado la crisis del centro–izquierda y el fenomenal descalabro que la socialdemocracia ha sufrido en todo el continente en los últimos cinco años.

En cuanto a la derecha, su papel ha sido igualmente poco airoso. Desde 1999 los conservadores se vieron ganados por el neoliberalismo y fueron perdiendo sus signos de identidad para sumergirse en una loca carrera para demostrar quién era más “liberal”, quién proponía más medidas para empequeñecer el Estado, quien encontraba nuevas propiedades públicas que privatizar, y quien iba más lejos a la hora de desregular completamente la economía: cualquier otra consideración pasaba a segundo plano o simplemente desaparecía de los programas del centro–derecha. Aznar fue el paradigma de esta tendencia. Todo fue bien hasta que se desencadenó la crisis económica generada… por ese mismo liberalismo que demostró no ser la solución sino lo esencial del problema. En el momento actual –cuando la crisis cumple ya su cuarto aniversario– el centro–derecha está sumido en plena confusión: es incapaz de asumir soluciones “nacionalistas” y se obstina en aceptar la globalización y la economía liberal como destino ineludible de las naciones. Para colmo, ha permanecido perplejo ante el fenómeno de la inmigración y se ve incapaz de plantear políticas restrictivas limitándose allí donde tiene ocasión a practicar las mismas políticas que la izquierda marcadas por las palabras “integración”, “inmigración ordenada”, y poco más que, en la práctica, se han traducido en fracasos absolutos el más espectacular de los cuales es, sin duda, el de Sarkozy en la vecina Francia.

Hoy, los votos que recoge el centro–derecha se deben en gran medida al fracaso y a la inadecuación crecientes del centro–izquierda, no a sus propios éxitos, ni a la capacidad de movilización de sus temas de propaganda. El centro–derecha es cada vez menos percibido como alternativa al centro–izquierda, tan solo se le ve como la otra cara de la moneda. Su crisis de contenidos se palia momentáneamente gracias a su capacidad para incorporar, cínica y de manera desaprensiva, temas de actualidad a su programa (en la cuestión de la inmigración, por ejemplo) que entiende mal, sobre los que no tiene respuestas y que, una vez en el gobierno, no puede resolver. En cuanto al centro–izquierda, su incapacidad para resolver los problemas, su complicidad con el capitalismo y, consiguientemente, la traición a su electorado natural, deja poco espacio al optimismo sobre su futuro inmediato.

3. El ascenso de nuevas fuerzas políticas a derecha, a izquierda y transversales

Pero ni los votos perdidos por el centro–derecha suelen ir a parar al centro–izquierda, ni los de este sector político terminan en el otro. En realidad, lo que está ocurriendo en los últimos cuatro años es que los índices de abstención, voto en blanco y voto nulo están aumentando situándose globalmente en la mitad del electorado en países como España, unido a la aparición de nuevas opciones tanto a la derecha como a la izquierda, como en espacios políticos nuevos. En otros lugares ya hemos aludido a la formación de Die Linke, la izquierda alternativa alemana, o a la del Nuevo Partido Anticapitalista, o en España a la formación de un espacio alternativo de izquierdas todavía en fermentación en lo que ha sido llamado el movimiento de los “indignados” o Movimiento del 15–M. Luego, naturalmente, están los partidos antiinmigración que, a decir verdad, suelen ser transversales y asumen la defensa de las clases trabajadoras frente a la inmigración masiva. Están presentes de manera creciente en toda Europa.

Y ese es el riesgo para el sistema: que aparezca un nuevo espacio político ya no situado en el centro–izquierda y en el centro–derecha clásica, sino que suponga una nueva forma de radicalismo transversal irrecuperable a diferencia de la “nueva izquierda” (incluido el Movimiento del 15.M) que, a fin de cuentas no se conforma con los principios del humanismo universalista de la “vieja izquierda” sino que los quiere llevar a la práctica. Cuando la “nueva izquierda” llama a “otra globalización”, sigue defendiendo en la práctica un levantamiento mundial de fronteras similar el que ha construido la alta finanza y el capitalismo internacional, pero con el único añadido del humanismo... La “nueva izquierda” aspira solamente a ir más allá de la actual forma de globalización, mientras que la “nueva derecha” quiere ir más acá, a formulaciones nacionalistas que, como máximo permitan niveles de cooperación e incluso de federación entre países del mismo bloque económico: son los partidos populistas nórdicos o los partidos identitarios de Europa del Oeste o los partidos nacionalistas de Europa del Este. En todos estos el elemento antiinmigración está muy presente. Podría hablarse también de partidos liberal–populistas pero solamente haríamos alusión a Geert Wilders y los minúsculos grupos que se sitúan en Alemania en su estela.

En general estos partidos nacionalistas, identitarios o populistas –a diferencia de Wilders– no manifiestan posturas que induzcan a pensar en el mantenimiento del estatus de los EEUU en Europa después de 1945, más se muestran partidarios de opciones “neutralistas”, no evidencian ningún interés por mantener a sus países en la OTAN y mucho menos por seguir a los EEUU en sus aventuras coloniales; mantienen una cuota electoral a costa de defender las conquistas sociales de la postguerra y están poco interesados en salir en defensa de la banca y de la alta finanza. Europa les interesa sólo muy relativamente y, desde luego, no esta Europa construida sobre la base económica y cuyo techo ya se ha alcanzado y a la que sólo le queda decaer a causa de la insolidaridad creciente generada para acudir al rescate de socios en crisis. Desconfían de la globalización y ni uno de ellos ha salido en defensa de esa muestra extrema de neoliberalismo agresivo. Son anti-islámicos pero, a diferencia de Wilders, no se muestran muy predispuestos a salir en defensa del Estado de Israel y la iniciativa de “Eurabia” surgida a principios de la década anterior de las agregadurías de prensa de las embajadas judías en Europa no ha logrado mejorar prácticamente la imagen de este Estado en nuestro continente. En realidad, opinan que el Islam no tiene lugar en Europa y es contrario a los valores tradicionales del continente, pero mantienen silencio sobre lo que ocurra más allá de Gibraltar: cada país debe seguir una línea diferente conforme a su tradición, la democracia no florece en determinados pueblos. Se sienten distanciados de las calidades democráticas de los actuales regímenes europeos, y, desde luego, rechazan unánimemente la partidocracia y el régimen clientelar de corruptelas y nepotismos. Son críticos respecto a la marcha de la educación en Europa, rechazan los valores del mestizaje y hay en ellos un intento de volver hacia “valores nacionales”. Rechazan unánimemente –a diferencia de los partidos tradicionales– la incorporación de Turquía y la aproximación de Marruecos a la Unión Europea, en tanto que países islámicos, así que reconocen implícitamente que Europa es un “club cristiano”, aun a pesar de que todos ellos son partidos laicos y que defienden el laicismo. Laicos, no cristianos, no defienden una religión, pero si una moral. Es un espacio político en efervescencia del que resulta aventurado todavía decir hacia dónde puede dirigirse pero no es tanto percibir qué papel está jugando en estos momentos: está arrinconando, poco a poco, al centro–derecha y al centro–izquierda incapaces de hacer frente a la crisis económica, esto es, a su propio crisis.

A partir de ahora, con las nuevas fuerzas políticas surgidas a la derecha y a la izquierda, surgidas en espacios transversales, el centro–derecha y el centro–izquierda ya no van a poder seguir monopolizando el poder durante muchos años: tendrán que pactar con una nueva izquierda o tendrán que pactar con nuevas formaciones populistas, identitarias o nacionalistas. Eso implica que muchas cosas van a ser cuestionadas en la próxima década: el neoliberalismo, la globalización, la OTAN, el papel de los EEUU en Europa, el poder omnívoro de los partidos, las propias constituciones de cada Estado y la fisonomía que han tenido hasta ahora, etc. Esto no va a ser una reforma: va a ser lo más parecido a una revolución gradual que en un plazo más o menos prolongado –que abarcará todo el tiempo en que se prolongue la crisis del sistema– dará lugar a un “nuevo orden” político y económico.

4.- Las trincheras defensivas del sistema

El sistema se va a defender, no está interesado en permitir el ascenso de nuevos actores políticos en Europa que, además, son imprevisibles y apuntan contra el corazón mismo de la economía financiera mundial y la división internacional del trabajo: apuntan contra la globalización en beneficio de la reivindicación de lo nacional. Tiene todas las armas a su alcance, si bien le falta la mejor de todas ellas: buena salud y posibilidad de prolongar mucho más allá de 20 años su actual estatus. El sistema está atrincherado en sus últimas líneas de defensa. Una de ellas es apelar a la emotividad y al sentimentalismo generado por operaciones terroristas. No sé cómo un chalado ha podido asesinar a casi un centenar de personas en Noruega, no sé –ni puedo saberlo– si ha sido sometido a un programa de “control mental” de los que se sospecha que se ensayaron en laboratorios vinculados a los grandes servicios de inteligencia desde los años 50, ni si se trata solamente de un cerebro enfermo, desorganizado con pulsiones paranoicas y homicidas. Nada más manipulable que un paranoico obsesivo y seguramente con elementos de psicópata. Ni lo podemos saber ni es el centro de la cuestión.

Hasta ahora fenómenos de este tipo han sido propios de la civilización americana: el tirador solitario, el asesino en serie, el alumno vejado por sus compañeros que toma venganza, el mitómano acomplejado amante de las armas y de gatillo fácil, el terrorista solitario a lo Unabomber, etc, han aparecido acompañando a la irracionalidad que late en el fondo del alma americana. Pero esto es Europa. Y dentro de Europa, esta última masacre ha tenido lugar en Noruega. Y de lo que no cabe la menor duda, es que esta masacre se ha utilizado deliberada y conscientemente, contra este espacio político nuevo.

Lo más sospechoso ha sido la rapidez con la que han respondido agencias de información internacionales en toda Europa, señalando al movimiento antiinmigración como “padre ideológico” de la masacre, sin pruebas y de manera a todas luces falaz, como si se tratara de una consigna a seguir. Esa rapidez y esa unanimidad en la reacción implica premeditación: alguien esperaba este atentado para cargar contra el ascenso de los partidos anti–inmigración en Europa. Ha constituido una maniobra arriesgada e insensata. A fin de cuentas, todavía quedan islotes de capacidad crítica en Europa y lo que ha funcionado en países como Marruecos (los atentados del 16 mayo de 2003 no tenían otro objetivo más que detener el ascenso del Partido de la Justicia y el Desarrollo: cosa que consiguieron. Aún subsiste la duda, por supuesto, de cómo se originaron aquellos atentados, por cierto, ni quién los impulsó, ni porque los “suicidas” se inmolaron ante objetivos de muy escasa entidad e incluso ante locales vacíos) o EEUU (sobre el 11–S en la propia sociedad norteamericana ha surgido un movimiento de protesta ante los agujeros negros de la versión oficial, pero es evidente que la llamada “crisis del ántrax” del que, finalmente se supo que la cepa había surgido de un laboratorio militar norteamericano, fue, con absoluta seguridad, un intento de generar miedo en la sociedad de aquel país para que aceptara –el miedo impide pensar– la aprobación del Acta Patriótica con la mínima resistencia), no tiene porqué funcionar necesariamente en el territorio europeo.

De todas formas esta es una discusión y una confrontación de hipótesis que no puede hacer olvidar el hecho esencial: sea quién sea, por el procedimiento que sea que se desencadenó la masacre de Oslo –un loco asesino o una operación “false flag” generada desde algún centro de poder–, no tiene nada que ver con el hecho esencial, a saber, que se ha utilizado el crimen contra las fuerzas anti–inmigración en ascenso en toda Europa y, particularmente, en los países escandinavos bajo su forma populista.

Queda por explicar porqué este drama ha ocurrido en Noruega. Es posible establecer distintas hipótesis la primera de las cuales pasa por el Partido del Progreso que en las pasadas elecciones municipales aventajó a la socialdemocracia con el 23% de los votos. El “surpaso” (la superación de alguno de los partidos tradicionales por la nueva opción) ya se había producido en Noruega. Hay que decir que el nombre más habitual en Oslo es… Mohamed (4) y que otras opciones populistas se han acomodado de manera creciente en los sistemas políticos de los países nórdicos: tanto en Finlandia (Partido de los Verdaderos Finlandeses, 19% de los votos), como en Suecia (los Demócratas de Suecia con sus 20 diputados y el 5,7% de los votos), pasando por Dinamarca (el Partido del Pueblo Danés, presidido por Pia Kjaersgaar, cuyo apoyo es fundamental para el minoritario Gobierno liberal–conservador, que está en el poder desde 2001) hasta llegar a Noruega… Los programas de todos estos partidos pueden leerse fácilmente en Internet (y el obstáculo del idioma ya no es tal gracias a la aproximación que permite realizar cualquier programa de traducción) y es fácil percibir que no hay en ellos absolutamente ninguna llamada al odio, ni al terrorismo, sino propuestas extremadamente sencillas a problemas absolutamente complejos. Y, sin embargo, la criminalización operada a toque de pito por los medios de comunicación los ha presentado a todos, incluso a partidos situados en el otro extremo de Europa (como España), como “cómplices del asesino de Oslo” cuyos puntos de vista “comparten”. El sistema está atrincherado en sus últimos bastiones defensivos: los medios de comunicación de masas que, desde hace décadas merecen más el nombre de “medios de manipulación” que comen de la mano el “viejo orden”.

El problema de la inmigración masiva llegada a Europa ha introducido en el interior del sistema un imprevisto factor de inestabilidad que está afectando a parte de los trabajadores, a las clases medias y a los jóvenes, dotando de base social a partidos de nuevo cuño y, paralelamente, restándosela a las viejas opciones fracasadas y abandonadas por el electorado. Y el sistema se defiende: para él, para mantener su red de intereses cualquier método es bueno.

No es la primera vez que el sistema recurre a la manipulación informativa para salvaguardar sus posiciones, ni tampoco –aun no es ese el extremo al que queremos discutir– la primera vez que recurre al terrorismo (¿habrá que recordar otra vez que durante 15 años, Italia, la Italia democrática del pentapartito, estuvo sometida a una serie de macro atentados criminales que fueron ideados en los laboratorios de los servicios de inteligencia a petición de centros de poder secreto y que se produjeron más de 200 muertos en atentados que fueron atribuidos al neofascismo?). La diferencia es que ahora, el sistema global se encuentra en una crisis terminal y ya no puede responder ni a la crisis económica, ni a la deuda soberana, ni a las contradicciones entre la población inmigrante y la población autóctona, exteriorización dramática de una crisis mucho más profunda experimentada por las masas populares ante la cual éstas responden cambiando la orientación de su voto y abandonando a las opciones tradicionales consideradas como “culpables” de la actual situación.

La lucha contra la inmigración masiva ha generado adhesiones en toda Europa. El sistema ha advertido el riesgo y… se defiende.

El sistema ha generado la inmigración para optimizar los costes de producción en Europa Occidental, como si se tratara de una vacuna. Pero la potencia del virus injertado ha sido insoportable para el organismo –el mismo sistema– y éste ha entrado en crisis cuando determinados grupos sociales –los “damnificados” de la globalización– han generado anticuerpos. Esos anticuerpos son los partidarios que manifiestan estar contra la inmigración masiva desde fuera del marco de los partidos de centro–izquierda y centro–derecha hasta ahora tradicionales. El sistema ha logrado aplazar 20 años los disturbios raciales en Europa a condición de subsidiar a la inmigración (especialmente en Francia y en el Reino Unido). Cuando la crisis ha hecho inevitable la reducción de estos subsidios o cuando se había llegado demasiado lejos en la tolerancia de la delincuencia y se inició un leve retorno a las políticas policiales y represivas, la inmigración inintegrable se ha revuelto en Francia en noviembre de 2005 y en el Reino Unido en agosto de 2011. 

Los próximos años van a ser dramáticos: el sistema utilizará sus reflejos de supervivencia para garantizar poder mantener su trayectoria actual; los grupos sociales contrarios a la inmigración masiva vivirán cada vez con más dureza y desesperación el tener que competir en puestos de trabajo y en barrios con una inmigración que no tiene la más mínima intención de integrarse y que genera muchos mas problemas de los que resuelve o que en el futuro protagonizará más revueltas urbanas. Y todo esto sobre el trasfondo de la crisis económica que ya hoy se empieza a intuir que es completamente irresoluble a la vista de los niveles de la deuda mundial.

Los próximos años van a ser años de una dureza sin precedentes en Europa desde la II Guerra Mundial. Y el final de este conflicto solamente puede ser: o bien el sistema consigue desembarazarse –como sea- e integrar a sus adversarios a la derecha y a la izquierda, prolongando unos años más su existencia, o bien de la lucha y del ascenso de estos partidos surgirá una nueva clase política, una nueva voluntad y un nuevo proyecto de reconstrucción de la civilización europea y, por supuesto, de la misma Unión Europea.

La tercera opción (en absoluto a descartar) sería eventualmente que los regímenes de Europa Occidental –empezando por los del sur– se desintegraran a causa de los conflictos sociales que estallarán a partir del hecho incontrovertible de la imposibilidad de pagar la deuda y que las élites dirigentes siguieran optando por penalizar los ingresos procedentes del trabajo antes que hacerlo con las rentas procedentes del capital, triturando a las clases medias, a los trabajadores y a los jóvenes, generando situaciones de volatilización del Estado y conflictos sociales por la supervivencia que no dejarán de ser sangrientos.

Si el problema de la deuda es insoluble hasta que no se reconozca la imposibilidad de pagarla, la cuestión de la inmigración es menos insoluble aún hasta que no se reconozca que la única solución es la repatriación de los excedentes de inmigración y de cualquier inmigrante que no contribuya con su trabajo o con sus impuestos al mantenimiento del Estado del Bienestar. Quien ha venido a trabajar a Europa difícilmente puede permanecer aquí con la misma intención en momentos en los que en sus países de origen hay una situación mucho más favorable si de trabajar es de lo que se trata: el “retorno voluntario” es la única solución. Ahora bien, si se ha llegado hasta aquí para aprovecharse de lo que queda de nuestro Estado del Bienestar y del régimen de discriminaciones positivas impuesto por el lobby pro–inmigracionista, la repatriación forzosa es una obligación de los Estados Europeos.

¿Qué ha sido el atentado de Oslo? Como hemos dicho, poco importa si es la obra de un loco solitario o una operación “false flag”. Lo que importa es que ha sido utilizado para taponar el ascenso de fuerzas que pugnan por la renovación del sistema político–económico y que han surgido al calor de las protestas de los “damnificados” de la globalización para los que la inmigración masiva lesiona sus intereses personales y los de su país. En su última trinchera defensiva, el sistema no duda en utilizar la mentira contra las fuerzas políticamente en ascenso. Esta tendencia irá en aumento en los próximos años. Hay que retener esta idea: los rectores del sistema mundial carecen de ética y de moral, desconocen cualquier principio que vaya más allá de sus propios intereses: son, pues, capaces de las peores mentiras y de las maniobras más criminales. Y las utilizarán contra quienes amenacen sus privilegios. Pero la lógica interna del sistema lleva a la autodestrucción y nada le salvará de la imposibilidad de cubrir el agujero de la deuda o del fracaso de la globalización. El sistema, mediante sus últimas armas, apenas habrá logrado aplazar unos años su desintegración en el mejor de los casos. Como los animales heridos, el sistema se vuelve peligroso en su agonía. Aunque los gestores de la globalización y los partidos del sistema quieran ocultarlo, el hecho es que más allá de la crisis terminal del sistema, un nuevo paradigma político y económico es posible, pero éste ya no se está elaborando en los partidos tradicionales, ni en los laboratorios de la alta finanza, sino en los márgenes del sistema.

Anders Behring Breivik, en conclusión, no ha sido más que una pieza inconsciente en todo este mecanismo. Su locura criminal sino ha sido generada por el “sistema”, al menos sí ha sido aprovechada en un intento de estabilización del “viejo orden” y de criminalización de los partidos anti-inmigración. 

© Ernesto Milà – infokrisis – http://infokrisis.blogia.comhttp://infokrisis.blogspot.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen