miércoles, 13 de febrero de 2013

Lo que les queda a los independentistas…



Info-krisis.- Estuve ayer en Barcelona, una ciudad cada vez más perdida entre sus ambiciones “maragallanas” (se una ciudad “fashion” estilo Nueva York) y su realidad presente (parecerse cada día más a Marsella, ciudad musulmana situada en la orilla equivocada del Mediterráneo). Lo que vi, como siempre, me sorprendió. En Barcelona, que hace dos meses se convirtió en el centro de la polémica independentista, parece como si ya pocos se acordara del tema. Así van las cosas en este tiempo que ha demostrado ser no de “fin de la historia” sino de “aceleración de la historia”.


Las cosas están como siguen: un 2% de los hogares sigue mostrando en los balcones banderas independentistas. ¿Dónde se comprarán estas dichosas banderitas con el triángulo azul y la estrella de cinco puntas, especie de pastiche entre la cubana y la catalana? Quienes han hecho su “agosto” han sido las tiendas de los chinos que han desplegado banderas independentistas a buen precio. Por eso los independentistas han podido comprarlas masivamente y mostrarlas desde el 2% de los hogares. La contrapartida es que los chinos venden barato, pero con una calidad infame: y ahí tenéis a las banderas independentistas sufriendo las inclemencias del tiempo desde hace ya unas semanas, cada vez más ajadas, algunas incluso descoloridas y buena parte deshilachadas. No compre nada en los establecimientos de chinos, créame, se arriesga a que en poco tiempo lo que ha comprado se le desintegre entre las manos. Los independentistas lo están comprobando estos días.

En Barcelona lo que más prolifera en los balcones no son, precisamente, banderas independentistas, sino carteles de “se vende”, “se alquila”, o en catalán “en venda” o “pis en venda” (probablemente una de las frases catalanes que aparecen a los castellanoparlantes como más malsonantes). En fin, a lo que vamos. Media Barcelona está en venta o alquiler sin que la otra media tenga mucho interés en comprarla o alquilarla. Eso es un síntoma.

Hoy está muy de moda atacar a los síntomas mucho más que a las causas profundas. Obsérvese ayer en el parlamento: se votará una ley sobre los desahucios cuando el verdadero problema es que existen desahucios porque existe una crisis económica desbocada que ningún político, ni siquiera ninguna fuerza económica es capaz de controlar, ni tienen remota idea de cómo atajar. Quienes cuelgan algo en las ventanas (el “se vende” o la bandera independentista, tanto da vender un piso o un país) no se dan cuenta de que existe una crisis económica que impedirá que alguien adquiera su producto.

El otro día el ayuntamiento de Arenys de Munt (pequeño y con una tasa de inmigración superior al 25%) se declaró “zona independiente”. Allí gobiernan los independentistas, por supuesto, y son dueños de fingir que no advierten que el principal problema que tienen es que dentro de 20 años, los islamistas ya serán mayoría (moros, negros y paquistaníes) y ya no habrá ni independencia, ni sueño de tal, porque es incluso posible que la población catalana de allí ni siquiera exista. La limpieza étnica tiene esas cosas. Llegará un momento en el que quienes han ido recibiendo ya durante 15 años la sopa boba, dentro de 20 años querrán que sea un plato de cuscús con pata de cordero diario. Y lo repartirán ellos. Los independentistas siguen obstinándose en creer que existe un “Islam catalán”, cuando el Islam, por definición es universal y repele a cualquier forma de nacionalismo. La idea llegó de la mano de Carod-Rovira que, mientras era miembro del gobierno catalán permanecía deslumbrado por las buenas palabras, las glosas, loas y alabanzas de los islamistas receptores de los subsidios y subvenciones que generosa e irresponsablemente les concedía.

Barcelona está inmersa en una crisis de dimensiones “kolosales”, casi de película de catástrofes de los años 70; un mundo se está hundiendo (el del “viejo régimen” que llegó en 1978 y que casi dos años después ya concedía el “Estatuto de Autonomía”) y los independentistas con sus banderitas polvorientas y deshilachadas compradas en los chinos, demostrando su “visión histórica”.

Lo esencial del momento actual es que existe una crisis económica que en Cataluña, más que en ningún otro punto de España, se ha traducido en una amplia desertización industrial. Mientras que en otras zonas del Estado el sector de la construcción es donde más puestos de trabajo ha perdido, en Cataluña es el sector industrial es que se ha desmoronado. Los grandes nombres de la burguesía catalana, siguen siendo nacionalistas e independentistas, pero sus negocios ya no son productivos, sino especulativos y su dinero no está en Cataluña, sino que son meros asientos contables electrónicos depositados en paraísos fiscales. Desde 1990 empezó a llegar inmigración islámica (primero para construir las instalaciones olímpicas) y a partir de 1996 el proceso se disparó (a los islamistas se unieron los andinos y los africanos habían ido llegando por goteo al Maresme desde los 80). Por entonces, Cataluña crecía y se esperaba que ese crecimiento fuera permanente. Y no lo ha sido, la economía catalana recula y ¡de qué manera!

Líder en paro juvenil, estando en primer lugar en las estadísticas de fracaso escolar y ocupando el primer lugar en materia de inmigración, Cataluña tiene pocas esperanzas de recuperación unida a España… ninguna como improbable Estado independiente. Cataluña comparte problemas con España y si allí se han manifestado de manera más dura (especialmente inmigración, paro, corrupción, crisis económica y desertización industrial) ha sido porque era la zona más desarrollada y, al mismo tiempo, la que ha tenido un gobierno autonómico más faraónico e ineficiente. El error de la Generalitat en los últimos 32 años ha sido colocar por encima de todo al nacionalismo, sólo al nacionalismo y nada más que al nacionalismo como aspiración unívoca. Y pensar, claro está, que Cataluña es radicalmente diferente a todo lo que le rodea. Finalmente, Cataluña ha resultado ser la zona con más inmigración islámica (el grupo étnico con una mayor tasa demográfica), mientras que los independentistas (y su cúpula la alta burguesía catalana, el grupo con una menor tasa demográfica), creen y aman tanto a Cataluña que tienen su dinero en paraísos fiscales, empezando por la familia Pujol.

El PP decidió atajar el conato independentista sacando a la superficie los casos de corrupción latentes en el entorno de CiU. La respuesta ha sido que todos los partidos y grupos mediáticos han hecho otro tanto y ahora estamos en pleno todos contra todos. El resultado ha sido que no se habla ya mucho de independentismo, las banderas independentistas vendidas por los chinos languidecen y la población desconfía sólo un poco más de la clase política, nacionalista o no.

© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com