viernes, 22 de marzo de 2013

Apocalipsis en Barcelona: no es película, es realidad


Info|krisis.- El próximo 27 de marzo estrenarán la que parece ser la película de la temporada, Los últimos días (The last days) protagonizada por Pepe Coronado y por Quim Gutiérrez. La trama cuenta que una extraña epidemia de agorafobia hace que los ciudadanos permanezcan encerrados en sus casas y no salgan a la superficie. La película muestras escenas de una Barcelona desértica, umbría, en la que se impone la soledad por un lado, nubes ocres por otro y el humo de los incendios. Los perros recorren las calles abandonadas y desérticas. En el subsuelo se desarrolla la lucha por la vida. La película se estrena la semana que viene pero esa fue la Barcelona que vi ayer cuando bajé a la gran ciudad.

Me tocó grabar un par de programas de radio, excusa suficiente para saludar a algunos amigos y recorrer las calles de una Barcelona que cada vez resulta más desconocida para mí a pesar de haber pasado la mayor parte de mi vida allí. Es la “Barcelona que fue y que ya no es” a la que tan reiteradamente aludía Ruiz Zafón en sus primeras novelas. No reconozco a esa ciudad que ni es la Barcelona tradicional, ni la postmoderna, sino la de la crisis.


La emisora de radio está situada en un edificio próximo a la antigua Plaza Calvo Sotelo, llamada hoy por las oscilaciones políticas de este país en el que una España se ha habituado a gobernar contra la otra media y viceversa, Plaza Francesc Maciá. El programa se graba a las 16:00 pero he llegado una hora antes, así que me doy una vuelta por aquel Ensanche que diseñara Ildefonso Cerdá y que, a poco de inaugurarse, la especulación transformó en una colmena lo que debería haber sido un barrio a medida de lo humano. Las tiendas de informáticas ya no están en donde las conocía, simplemente se ausentaron sin dejar huellas. Cerca de la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial en la que estudié apenas hay tiendas en permanente rebajas o que anuncias precios de remate por cierra. Entro en una librería de lance y, a pesar de lo barato de los libros, no logro encontrar ninguno mínimamente interesante; los anaqueles están repletos de novelitas de poco interés, intrascendentes y de libros de autoayuda que, seguramente, habrán motivado algún suicidio. Las copisterías para los estudiantes de ese centro y de la Facultad de Medicina del Hospital Clínico, están tan vacías como los restaurantes e incluso, oh maravilla de maravillas, los bares. La ciudad está en crisis.

En la emisora de radio, situada en un piso 15, puede verse una panorámica de la ciudad. Desde allí es difícil percibir la crisis sin precedentes que está viviendo la otrora Ciudad Condal y hoy Ciudad de la Corrupta CiU, y de la que los habitantes que siguen la inercia del día a día perciben con dificultad. Hace falta ser barcelonés pero no residir continuamente allí, para comparar la ciudad que conocimos y la que existe hoy. A la derecha del Ensanche se puede ver la mole de la Sagrada Familia ese tempo gaudiniano que 6 generaciones de barceloneses han visto como se construía a lo largo de más de 100 años y que, a partir del cierre de la nave central, cada vez va siendo estéticamente más decepcionante. Y eso que todavía no se ha construido la fachada principal, seguramente la más estéticamente lamentable de todo el conjunto. Lo que eran las torres estilizadas del pórtico del Nacimiento o de la Pasión, ya han sido tragadas por la masa del cimborrio central. En cuanto al ábside neogótico ha desaparecido casi bajo el peso de la cúpula que están construyendo sobre él. Nada que ver entre las antiguas catedrales y la Sagrada Familia, verdadero monumento freaky, como dijera Unamuno “la obra de un loco”.

A lo lejos se ven las dos columnas de Hércules de la zona olímpica y más allá, los rascacielos de Diagonal Mar. Entre lo que se construyó en 1992 y lo que se inauguró doce años después, en 2004, Barcelona puede darse por concluida. Constreñida por la sierra de Collcerola, por las poblaciones del cinturón industrial, la ciudad ya no puede crecer más.

Desde las alturas del piso 15 es difícil percibir lo que ocurre en los barrios. Lo resumiré: Poble Sec –el barrio donde nació Serrat y en donde las aguas de la riera que circulaba por el Paralelo no llegaban- es una zona pakistaní que alcanza ampliamente las faldas de Montjuich. Hubo un tiempo en que era un barrio tranquilo, agradable, de calles estrechas, a modo de la Barcelona proletaria de finales del XIX y que fue muriendo con el anterior milenio. Más lejos se perciben las siluetas de Sans y de Hostafrancs que se pierden en dirección a Hospitalet. Resulta difícil saber cuántos habitantes barceloneses de origen o españoles allí asentados quedan. No creo que haya más de un 50%, el resto ha sido colonizado por la inmigración. Como en Casa Antúnez en donde nuestros gitanos se las tienen que ver con romanís, pakistaníes, moros y demás. Y eso también es lo que ven nuestro muertos desde el cementerio de Montjuich.

Ya a mediados de los años 90, la población inmigrante en el Raval y en el Barrio de la Ribera era elevada. El Raval que conocí era el barrio de la bohemia y del puterío, de las “clínicas de vías urinarias” a lo largo de Robadors y de los burdeles alternados con teatros y bares de mala nota. También aquel barrio formaba parte de la Barcelona proletaria y canalla. Luego llegaron los toxicómanos tras la “brillante” campaña del PSOE en las elecciones de 1983, la que le dio la mayoría absoluta, con un tema central: la despenalización del porro. Cuando el SIDA acabó con los yonkis, empezaron a llegar inmigrantes. En 1985, antes de que empezara la inmigración masiva, en el Ravel y en la Ribera ya había un 10% de población foránea. Desde entonces ha ido aumentando y ya no queda nada del que conocí. Lo pocos vecinos originarios que quedan se quieren ir de allí (y frecuentemente se van) lo antes posible. Los sociólogos lo llaman a esto “gentrificación” y saben como concluye: la población originaria termina siendo sustituida completamente por foráneos.

Pues bien, la inmigración en el Raval se ha ido extendiendo como una mancha de aceita y ha rebasado las Rondas. Cubre ya la zona del Mercado de San Antonio y en la parte más próxima al puerto, ya ha confluido con la zona de Pobre Sec y ésta a su vez, con Sans y Hostafrancs. La inmigración del barrio de la Ribera ha terminado por unirse a la presencia china en la zona de calle Trafalgar y aledaños y en otra dirección ha superado la zona del Parque de la Ciudadela y Arco del Triunfo para extenderse hacia Santa Coloma, San Adrián y en dirección a Badalona.

Si miro, desde el piso 15 del rascacielos, veo en la lejanía Valle de Hebrón, Ciudad Meridiana, etc. Hasta aquellas cumbres lejanas la inmigración está masivamente presente en una ciudad que está viviendo, casi sin darse cuenta, un proceso de sustitución de población y de mestizaje, sino en donde el mercado laboral se está contrayendo hasta lo indecible.

Mientras estamos grabando aparecen por la emisora unos chicos de BUP. Les están enseñando las instalaciones para convencerles de que estudien Ciencias de la Información, “periodismo”. Los que estamos allí haciendo el programa no podemos sino comentar “pobres chavales”. Y no puedo evitar entristecerme por la presencia de unos rostros engañados por el sistema sobre las posibilidades de obtener un título universitario en esa rama, rostros que ignoran que la crisis que estamos viviendo no terminará pasado mañana, sino que cuando tengan 30 años, todavía experimentarán sus secuelas.

Entre pasillos, me cuentan que el día anterior había estado grabando otro programa el economista Niño Berrera. Fuera de antena había comentado a los productores, a los locutores, a los técnicos de sonido, a los periodistas, que lo mejor, a la vista de lo de Chipre, era coger el dinero del banco y llevarlo a Andorra. Se puede hacer y es legal. Niño no ha sido muy optimista sobre las posibilidades de nuestro país para remontar la crisis. El otro día en otro programa de la misma cadena, proponía que se condicionara la presencia de inmigrantes en España al desarrollo de un trabajo: el permiso de residencia se supeditaría a si trabajan o no. Prédicas en el desierto. En España –y lo que veo desde el piso 15 es España- la racionalidad y el sentido común no tienen lugar, ni nadie les hace puto caso.

Todos en la emisora están inquietos: nadie sabe si el grupo podrá resistir la crisis económica, si sus empleos están asegurados para la próxima temporada. Todos son conscientes de que estamos gobernados por corruptos que, además de serlo, son incapaces para gobernar e inútiles para formular ideas nuevas. Todos se irían de España si pudieran irse, si alguien les ofreciera un puesto de trabajo en Pernambuco o en las Galápagos, en Botswana o en Macao. En el rostro de alguno veo cierta envidia cuando me despido de ellos por los dos meses que estaré en Canadá: “Si encuentras algo, avisa”, es la frase habitual.

Tomo un café con los amigos de la emisora. Tiene gracia. Estamos en un pequeño bar de la Diagonal. Al lado está tapiado el gigantesco local de La Oca, el bar-restaurant que permaneció abierto desde finales de los años 60 hasta no hace mucho, en una de las mejores zonas de la ciudad. Hoy está, simplemente, tapiado y así lleva varios años.

Tras despedirme de los amigos, desciendo por la Avenida José Tarradellas, en otro tiempo Avenida Infanta Carlota. Lo que veo es desolador: el 65-70% de los locales comerciales están en venta o alquiler o simplemente tapidos. ¡Y pensar que esta era una de las calles comerciales de la ciudad e incluso tenía cierto porte aristocrático! No hay ni rastro de los concesionarios de vehículos de todas las marcas. Quedan las amplias vidrieras, los bajos desiertos y los carteles de Se Vende (“en venda” en catalán, casi una perífrasis lingüístico-simbólica) o Se Alquilan. Y así hasta llegar a la Plaza de los “Països Catalans”… Tarradellas, Maciá y los “Països Catalans” o lo que es el recorrido de la desolación. Esta es la Barcelona que han construido ex aequo CiU u el PSC.

En cierta ocasión, hará diez años, tuve que descender de la Plaza de Lesseps (parte alta de la ciudad) a la Calle Nueva (Carrer Nou) de la Rambla (próxima al puerto). Lo que vi en aquella ocasión me sorprendió: en las aceras del céntrico Paseo de Gracia los top manta vendían los mismos bolsos hábilmente imitados que se vendían en los comercios de las aceras. Un top manda detrás de otro, sin que ni Mossos d’Esquadra ni policía municipal, ni gremio de comerciantes, les dijeran absolutamente nada. Eran los tiempos del “papeles para todos” o poco menos, así que, ilegales en la entrada, eran también ilegales en el desempeño de su comercio y, como las cosas parecía que iban bien, nadie se quejaba de nada. Luego, en aquella ocasión penetré en Las Ramblas cuando ya había anochecido y el paisaje era, simplemente, espectral poblado por un submundo de delincuentes, carteristas, topmantas, siempre con los cuerpos de seguridad del Estado ausentes. Un tirón por allá, un pakistaní a estacazos con unas romanís que habían intentado robarle, una carrera desesperada de un turista persiguiendo a quien le había robado la cámara de vídeo, un par de magdalenas británicas llorando a un policía inexpresivo. Entonces dije que aquel recorrido se me antojó como una especie de “descenso del Mekong” de la película Apocalipsys Now, o bien como el recorrido del río Congo que realiza el protagonista de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, que inspiró a Coppola su película ambientada en Vietnam. No era para menos.

Y ahora llega un productor avispado y le da por filmar una película futurista ambientada en una ciudad en la que, a fuerza de que todo haya ido mal durante tiempo indefinido, ya no es tan postmoderna como pre apocalíptica. ¿Y qué ciudad elije como escenario? Barcelona, off curse. Lejos estamos de los tiempos en los que Woody Allen recibía un millón de euros del Ayuntamiento por ambientes una película ñoña, ramplona y aburrida en la Ciudad Condal y otro millón de euros de la Generalitat para que la protagonizara la pánfila de Scarlet Johanson. Aquella película llegaba en 2008, un período en el cual, estábamos inmersos en las crisis de la construcción, pero aún no nos habíamos enterado. La Barcelona en tonos pastel que nos pintaba la cinta y la ñoñería del argumento parecen hoy de otra época. Aquel clima ingenuo-felizote y la ciudad alegre y confiada han sido sustituidas por las nubes gris-oscuro, las calles abandonadas y cubiertas de escombros y basura, los perros persiguiendo a los perros y los humos de incendios a lo lejos de esta otra cinta que se estrenará en breve: Los últimos días.

No tengo ni idea de si será o no una buena película (la presencia de Coronado induce a la esperanza), pero de lo que no cabe la menor duda es que se trata de una película realista y que pinta en clave dramática una situación dramática en una ciudad que quiso ser postmoderna y, sin darse cuenta, por la inercia de las cosas, la impericia de sus dirigentes y la pasividad generalizada, pasó a ser pre-apocalíptica.

© Ernesto Milá – infokrisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – Prohibida la reproducción sin indicar origen.