lunes, 14 de julio de 2014

Los errores de Podemos (II). La actitud ante el nacionalismo


Info|krisis.- El programa de Podemos es bastante ambiguo en la cuestión de la vertebración del Estado. Los términos “Cataluña”, “Euzkadi”, “independencia”, “nacionalismo”, no aparecen en ningún lugar. Por otra parte, si bien es cierto que Pablo Iglesias no ha defendido a ETA en ninguna ocasión, no es menos cierto que Podemos ve con “simpatía” la celebración de referendos sobre el derecho de autodeterminación. Todo esto es completamente incoherente con su opción antiglobalizadora. Es más, ignora el origen de los nacionalismos y el hecho de que combatiendo a los Estados Nacionales se allana el camino para la globalización.

El “derecho de autodeterminación” en el programa de Podemos.

Vanamente buscaríamos en el programa electoral de Podemos una toma de posición clara y rotunda en relación a los nacionalismos periféricos. Podría pensarse, inicialmente, que esta formación recupera el sentir de la “izquierda tradicional” que siempre ha sido, en toda Europa, jacobina, partidaria de la unidad de los Estados–Nación e incluso apisonador de las autonomías regionales. Sin embargo, a poco que se examina el “espíritu” de Podemos, se percibe que no es así y que, en su “ultrademocratismo” tiende a ver con buenos ojos las reivindicaciones del “derecho de autodeterminación” que defienden los independentistas catalanes y vascos.


En efecto, las palabras “Cataluña”, “Euzkadi”, “independencia” y “nacionalismo” no aparecen en lugar alguno del programa de Podemos, a diferencia de la palabra “fascismo” que aparece, sorprendentemente, vinculada a las instituciones europeas y a sus directivas “racistas y xenófobas”… Si tenemos en cuenta que las instituciones de Bruselas si pueden ser definidas como algo es como “ultraliberales”, es evidente que esto casa muy mal con el calificativo de “fascismo” que reciben en tanto que su orientación es precisamente, su antítesis: el anti–ultraliberalismo. Pero el universo conceptual en el que se mueve Podemos es absolutamente tributario de los mitos y de las confusiones generadas en la postguerra y se sitúa en el ámbito genérico del “progresismo”, construido más por tópicos que por razonamientos coherentes. Esta falta de rigor y de coherencia vuelve a encontrarse en la actitud de este partido ante el Estado, ante los nacionalismos y ante los procesos independentistas catalán y vasco.

Lo que si aparece en el programa de Podemos y en dos ocasiones es la palabra–mágica “autodeterminación”. Una de estas referencias no tiene nada que ver con España y pide una razonable Política de apoyo a la autodeterminación del Sáhara Occidental. Reconocimiento del Estado Palestino y exigencia de la devolución íntegra de los territorios ocupados por Israel”; pero la segunda referencia es mucho más interesante. En el apartado “Conquistar la libertad, construir la democracia”, se enfatiza la necesidad de que la población sea consultada en referendos y se propone:

“2.2 – Ampliación y extensión del uso de las Iniciativas Legislativas Populares en los distintos ámbitos, incluido el europeo. Ampliación y extensión de la figura del referéndum vinculante, también para todas las decisiones sobre la forma de Estado y las relaciones a mantener entre los distintos pueblos si solicitaran el derecho de autodeterminación. Democratización de todas las instituciones, incluida la jefatura de los Estados, desde los niveles locales de la administración a la propia UE, y el nombramiento y control de los órganos ejecutivos de la UE”.

Así pues, no hay duda: Podemos se sitúa a favor de cualquier tipo de referendo que tenga que ver con la “autodeterminación” de partes del Estado. No hace falta, pues, que exista una declaración directa de apoyo a las pretensiones de Artur Mas. Podemos evita pronunciarse sobre si está a favor o en contra de la independencia –lo que parece comprometido–, y adopta simplemente una posición ambigua a favor de este tipo de consultas, amagando cuál será su opción en la misma. Es la eterna trampa en la que han caído todo aquellos que, presos por sus tópicos ideológicos, terminan considerando que la defensa de la “unidad del Estado” es cuestión de “fachas” y “franquistas” y que cuantos más referendos se convoquen para cualquier cuestión, desde las más trascendentales hasta las más mezquinas, es “positivo para la democracia”.

Referendos ¿hasta dónde? Idealismos y realidades

Sobre esto cabe señalar dos actitudes: en primer lugar, valdría la pena que los dirigentes de Podemos fueran capaces de realizar un ejercicio de objetividad: deberían mirara  su alrededor, percibir el ambiente de apatía, desinterés, ignorancia, empobrecimiento cultural creciente, para percibir que la inmensa mayoría de la gente carece de conocimientos e información suficiente como para poder dar un voto razonado que no sea, simplemente, el producto de su ignorancia.

No se puede reconocer que España está a la cola de Europa en materia educativa, ni se puede reconocer el proceso de visible empobrecimiento cultural y brutalización de la sociedad española, para luego defender el “un hombre, un voto” y el ultrademocratismo. Una cosa es que todos seamos “iguales” en derechos y otra muy distinta pensar que todos somos iguales en “capacidades”. En un referéndum sobre política internacional española, no puede pesar lo mismo el voto de un miembro del cuerpo diplomático o el de un profesor de geopolítica, que el voto de un ni–ni o de una chony poligonera… Está claro que estos últimos son víctimas de un sistema educativo frustrado, fracasado y que se ha cuidado especialmente de amputar la capacidad crítica de las nuevas generaciones (sin olvidar que ese sistema educativo ha sido obra exclusiva en democracia del PSOE que siempre ha considerado ese terreno como propio y que se ha opuesto rabiosamente a cualquier injerencia en la materia…), pero tales son las condiciones en las que hoy se celebraría cualquier referendo: con una población manipulable por cualquiera de las partes.

Así pues, es posible admitir las bondades de los referendos en materias que afectan muy directamente a la totalidad de la población y sería, efectivamente, de desear que este tipo de consultas se realizaran más a menudo (por ejemplo, sobre el tema de si España precisa o no más inmigración), pero cuando se trata de asuntos más graves, más importantes y de “políticas de Estado”, hace falta expresar las más sólidas reservas.

Crear una nación, romper otra, pertenece a esos “grandes temas” cuya resolución no puede depender de un electorado que, en buena medida, ignore lo esencial de la materia. Por otra parte, ninguna Nación se ha creado gracias a un referéndum; cuando estos se han convocado y han generado una ha sido porque el conjunto al que pertenecían hasta ese momento era el producto de un pacto coyuntural realizado en unas condiciones muy concretas que, una vez desaparecían, situaban a ese Estado ante el vacío (caso de Yugoslavia creada tras la Primera Guerra Mundial por las potencias aliadas y para reordenar Europa Central y los Balcanes tras la desmembración del Imperio Austro–Húngaro, rota durante la Segunda Guerra Mundial, reconstruida por el mariscal Tito en la postguerra y desmembrada de nuevo a su muerte y tras el hundimiento del “telón de acero”). No es el caso de España, país que tiene una existencia histórica y una homogeneidad que se remontan a la noche de los tiempos.

Nación, nacionalismo y fondo de la cuestión

Las naciones no se crean porque una generación, en un momento dado de la historia, lo haya decidido, ni se destruyen porque otra, en otro tiempo, haya querido ser independiente y lo haya expresado mediante un referendo. La aparición del “deseo de independencia” denota, simplemente, la existencia de un desajuste y de un malestar en un momento dado de la historia, pero no sentencia ni el fin de una Nación, ni el alba de otra.
Las naciones nacen de procesos históricos y tienen raíces profundas que trascienden con mucho lo que pueda opinar una generación en un momento dado. Es evidente que si en un Estado funciona correctamente, si la población progresa y las instituciones funcionan, si la vida política se desarrolla de manera ponderada y se reconocen derechos culturales y lingüísticos a una parte y esa parte, sigue manteniendo lealtad hacia el Estado, los independentismos no prosperarían. Es sólo cuando aparece una crisis en el Estado, un mal gobierno en el centro y egoísmos nacionalistas en la periferia, cuando aparecen los procesos independentistas. Ejercer el derecho de autodeterminación en cada uno de estos dos momentos, dará, obviamente resultados diferentes, de lo que se deduce que tal derecho no puede aplicarse a cuestiones que, en sí mismas, están situadas por encima del tiempo y de las generaciones.

Una “nación” existe cuando tiene raíces profundas y cuando se ha ido gestando a lo largo de la historia. Sin olvidar, por supuesto, las condiciones geopolíticas, étnicas, religiosas, etc, que sin ser determinantes, sí al menos contribuyen a dar “identidad” de conjunto a una Nación. De hecho, los Imperios históricos que hemos conocido en Europa, han sido cualquier cosa menos “imperialistas” y, ante todo han sido crisoles de lenguas, de etnias y de nacionalidades. Unidad, nunca está reñido con diversidad.

¿Cuál es el fondo de la cuestión? Que existe “problema nacional” en España porque los nacionalismos periféricos catalán y vasco, han actuado deslealmente en relación al Estado Español. Han adulterado la historia, retorciéndola hasta lo ridículo, han ofrecido una visión de su propia nacionalidad que nada tiene que ver ni con la historia, ni con las raíces y han construido una “nación” que tiene tanto que ver con la realidad como una planta de plástico tiene que ver con una real por cuyas hojas corra la savia y la vida.

En la medida en que la constitución de 1978 se redactó de manera ambigua y la arquitectura electoral fue elaborada para generar un régimen de bipartidismo imperfecto, en el cual, cuando alguno de los dos grandes partidos no tenía la mayoría absoluta debía recurrir a alguno de los dos partidos nacionalistas para poder gobernar, el peso del nacionalismo catalán y vasco, quedó sobredimensionado. A partir de entonces, ambos nacionalismos pasaron a extorsionar cada vez más al Estado para aumentar, no solamente el techo autonómico, sino su dotación presupuestaria y sus manos libres en materia educativa y cultural. El resultado ha sido el que conocemos que no es independiente del “sentir” de los nacionalistas.

Pero, a fin de cuentas, ¿qué es el nacionalismo?

Porque, otro de los errores–clave de Podemos consiste en apoyar los “procesos de autodeterminación”… ignorando que están dirigidos y condicionados por el nacionalismo e ignorando, por tanto, lo que es precisamente el nacionalismo. Históricamente la Nación surge entre las guillotinas de la Revolución Francesa, cuando cae la monarquía, y el “Reino” pasa a ser “Nación”, cambiando el protagonismo del Rey a los “ciudadanos”. Pero, en realidad, tal cambio implica un tránsito del poder de la aristocracia a la burguesía. Es la burguesía la que crea todos los nacionalismos y, por tanto, esta ideología está vinculada a sus intereses como grupo social. En el momento en el que en algún lugar de un Estado–Nación aparece una burguesía pujante, homogénea, vinculada por lazos de sangre o por lazos económicos (y frecuentemente por los unos y por los otros entremezclados) esa burguesía tiende siempre, automáticamente, a generar un “nacionalismo” y abordar el “proceso de construcción nacional”, partiendo algún “hecho diferencial” (la lengua, el RH…) que tiende a magnificarse.

Ese proceso se ha dado en España desde que las circunstancias históricas de la segunda mitad del siglo XIX, por distintos motivos, generaron el que en Cataluña y en Euzkadi aparecieran burguesías regionales en torno a las cuales se articuló el nacionalismo. Pero quien dice “burguesía local” está diciendo también capitalismo local. Esas burguesías fueron las clases sociales explotadoras contra las que la izquierda trató de movilizar al proletariado (“que no tiene patria”). Un partido de izquierdas  como es Podemos, debería haber realizado un análisis de la génesis de los nacionalismos catalán y vasco, examinar sus “logros” desde 1978 y condenarlos sin más dilación como instrumentos de las altas burguesías locales que explotan (y crean de la nada mediante intelectuales retribuidos) unas visiones “nacionales” que apelan a la emotividad y el sentimentalismo de las poblaciones y a las que estas pueden hacer caso en tiempos de crisis.

En lugar de eso, Podemos lo que ha hecho ha sido adoptar la vía más incoherente: “ejercer el derecho al voto es democracia, queremos más democracia, luego ejerzamos el derecho al voto cuantas más veces mejor y no importa sobre qué tema, ni el resultado que pueda tener esta orgía de consultas”…

Nacionalismo y globalización

Pero este apoyo a los “derechos de autodeterminación” y a lo que implican es todavía más insensato si tenemos en cuenta el actual momento histórico en el que el “enemigo principal” no es otro que la Globalización. La globalización es una apisonadora de pueblos, la creación de un mercado mundial en manos de especuladores, alta finanza y neocapitalismo salvaje operando en un territorio propio: “los mercados”. Si aceptamos esto, deberemos aceptar también que para defenderse de la globalización hace falta poner palos en sus engranajes y establecer barreras defensivas. Algunas ya existen: son los Estados Nacionales.

La existencia de un Estado Nacional implica la existencia de un arsenal legislativo, de instituciones, de barreras con fuerza coactiva y disuasiva para quienes intenten atentar contra los intereses de la población. De ahí que la globalización sea incompatible con las fronteras nacionales, porque estas implican la existencia de Estados Nación que pueden oponerse a su rodillo. No es raro que una de las armas de la globalización sea precisamente el controlar a los Estados mediante la deuda pública, aumentarla y hacerlos depender de los poseedores de sus títulos que, además, cobran por ello intereses.

Así pues, puede establecerse este axioma: en las actuales circunstancias históricas, todo aquello que tienda a debilitar a los Estados Nacionales existentes y a romperlos en unidades menores y, por tanto, más vulnerables, es negativo. En cambio, todo aquello que tiende a la cooperación entre Estados Nacionales para crear espacios económicos desconectados del proceso de globalización, es positivo. Por eso, quien no asume hoy la defensa del Estado Español trabaja en beneficio de los intereses de la globalización.

Habría que añadir también que la principal tarea histórica de nuestros días consiste en restaurar la autoridad y la dignidad del Estado, caído –como en el caso español– sobre el estiércol por culpa de la mala gestión, la ineficiencia y la corrupción de una clase política que debe desaparecer en la oscuridad de las prisiones. Sin una regeneración del Estado Español es imposible que éste cumpla sus fines. Y “regeneración” no quiere decir “desintegración” ni siquiera “desagregación”.

Conclusión: otro fallo argumental de Podemos

Podemos insiste mucho en que es un movimiento que lucha contra la globalización. Debería de demostrarlo en su programa. Hoy, es evidente, que todos los que nos sentimos incómodos con la actual situación de nuestro país, estamos situados ante la necesidad de establecer un “modelo de Estado”. Ese modelo debe garantizar, de un lado justas políticas sociales para nuestro pueblo (y aquí hay que distinguir entre “nosotros” y “los otros”, no en vano, manifestar la solidaridad por un malgache o zambiano o un habitante de las Galápagos, está muy bien… cuando se hayan resuelto los problemas y los derechos de nuestro pueblo en nuestra tierra), de otro integridad, dignidad, estabilidad y viabilidad del Estado (cuanto más fuerte es un Estado más está en condiciones defender los derechos y el bienestar de sus ciudadanos) y esto es incompatible con la inflación de referendos vinculantes que propone Podemos.

La “regeneración” del Estado Español no implica el apisonamiento de las autonomías y de las características regionales, lo que implica es que en esas autonomías existan libertades tan básicas e indiscutibles como para elegir el idioma en el que se quieren que sean educados los hijos, implica rigor en los conceptos culturales e históricos que se enseñanza al margen de la lengua en la que se enseñan, implica tolerancia y libertad… algo que ningún nacionalismo ha podido soportar nunca.

A fin de cuentas, quien dice nacionalismo dice sobrevaloración de la propia nación en relación a otras y, finalmente, enfrentamientos con las otras. Quien dice nacionalismo dice manipulación de la emotividad y de los sentimientos de apego a la tierra natal. Quien dice nacionalismo dice hegemonía de las burguesías locales y postración ante los intereses de estas entendidas abusivamente como “intereses nacionales”… Y, finalmente, quien dice nacionalismo dice debilidad ante la globalización.


Por todo ello, nos resulta imposible entender la incoherencia de los planteamientos de Podemos ante estos problemas y percibimos aquí otro error de planteamiento que puede ser “fatal” para el futuro de un partido hoy en ascenso.

(c) Ernesto Milá - infokrisis -ernesto.mila.rodri@gmail.com - Prohibida la reproducción de este artículo sin indicar origen.