viernes, 7 de noviembre de 2014

Pequeño recordatorio personal ante el 9-N


Info|Krisis.- Ante la proximidad del 9-N, creo que vale la pena recordar algunos elementos que concurren en el “problema catalán” y que son los argumentos por los que el autor de estas líneas rechaza la posibilidad de acudir a votar. No es un trabajo orgánico, ni siquiera exhaustivo, es simplemente un recordatorio personal de aspectos relevantes ninguno de los cuales, absolutamente ninguno, ha sido recordado ni sugerido por los medios de comunicación dependientes directamente o alimentados por la Generalitat. Estos puntos aspiran solo a estimular la capacidad crítica de los ciudadanos llamados a las urnas. Puestos a votar, hace falta saber qué es lo que se vota y quién convoca a las urnas. En estas líneas, esperamos que los lectores tengan claro estos aspectos.

PRIMERA PARTE:
EN EL FIN DE UN CICLO POLÍTICO

I. La Generalitat no tiene ni legalidad ni legitimidad para convocar referéndums

La retahíla de corruptelas de las que todo aquel que quería enterarse, podía conocer desde mediados de los años ochenta y que ha acompañado desde entonces a la Generalitat de Cataluña, afectando a sus máximos dignatarios y las sospechas que hoy planean sobre el actual gobierno de la Generalitat, la deslegitimizan por completo para cualquier otra cosa que no sea para declarar ante los juzgados de guardia. Es posible que a la presidencia de la Generalitat todavía le correspondan hacer uso de sus atribuciones legales (entre las que, por cierto, no se encuentra la convocatoria de un referéndum soberanista), pero ha perdido desde hace tiempo la legitimidad moral para ejercer cualquier tarea de gobierno. La extensión de la corrupción y su carácter sistémico y anidado en su interior, hubiera recomendado desde hace décadas la suspensión temporal de la autonomía catalana y la realización de una auditoría capaz de presentar los distintos niveles de responsabilidad moral y criminal de los dirigentes del gobierno autónomo catalán. Pero, dado que en esto de la corrupción, Cataluña demuestra formar parte del Estado Español y éste está a su vez, en todos los niveles administrativos, se encuentra afectado por esta lacra, la Generalitat nacionalista ha podido seguir manteniendo su impunidad. Obviamente, en las actuales circunstancias, la solución a este problema no consiste en un referéndum soberanista, sino en una nueva constitución que entierre el “Estado de las Autonomías”, el “Estado de la corrupción” y el “Estado de la partidocracia”, las tres lacras producto de la constitución de 1978.

II. Depuración de responsabilidades

Estamos viviendo momentos de fin de ciclo: todo lo que ha aparecido como habitual y normal ante nuestros ojos durante 36 años, se está desplomando entre el aroma de la corrupción, la realidad de la ineficacia en la gestión, el faraonismo insostenible y la partidocracia. Este desplome se está produciendo tanto a nivel catalán como a nivel del Estado. Sea como sea el futuro, será necesario asumir que distintas concepciones del Estado basadas en doctrinas e ideales pueden ser contradictorias y opuestas, pero no por ello una parte puede exigir depurar responsabilidades ideológicas. Ahora bien: la honestidad en la gestión si es algo que debe exigirse al margen de las opciones y de los colores políticos. Los delitos de corrupción no pueden prescribir nunca y deben ser objeto de una legislación especial entendiendo que se trata de delitos de gravedad extrema en tanto que no son cometidos contra una sola persona, sino contra la comunidad entera. Todos los organismos del Estado, empezando por el mismo Estado, descendiendo a las Comunidades Autónomas y más tarde a los Ayuntamientos, deben ser objeto de auditorías que establezcan niveles de responsabilidad que corresponderá depurar a tribunales especiales. De otra forma será imposible “resetear” el sistema.

III. Encuadrar el soberanismo catalán en el contexto de crisis del Estado

La eclosión del soberanismo no es más que el resultado de siete años de crisis económica en todo el Estado, en el curso de los cuales la inicial crisis inmobiliaria ha ido mutando, convirtiéndose en crisis bancaria, crisis de deuda, crisis social y, finalmente, a causa de su persistencia, en crisis política. La crisis soberanista es un fenómeno más de la crisis política, junto a la crisis de la monarquía juancarlista, la crisis del Estado de las Autonomías, la crisis de los partidos políticos tradicionales, la corrupción generalizada, los seis millones de parados o el desprestigio de todas las instituciones del Estado.

IV. Cataluña: frente avanzado de la crisis del Estado

La habilidad del nacionalismo catalán ha consistido en atribuirse todos los éxitos y responsabilizar a otros de sus fracasos. Desde hace veinte años, Cataluña vive inmersa en la presión soberanista. Las reivindicaciones permanentes de un mayor techo autonómico parecen eximir al nacionalismo de practicar políticas eficientes especialmente en materia de sanidad y educación. El gobierno de la Generalitat siempre ha tenido una excusa para presentarse como ajena a los problemas de Cataluña. El nacionalismo siempre ha dado una respuesta simple a un problema completa: “¿Por qué las cosas no van bien en Cataluña?”, “Por culpa de Madrid”, como si la gestión de gobierno no fuera con ella. En realidad, el nivel de competencias de la autonomía catalana y el papel privilegiado como interlocutor del gobierno central tanto en períodos de gobierno del PSOE como del PP, hacen al nacionalismo catalán como responsable de los errores cometidos, no solamente en Cataluña sino en todo el Estado.

V. No hay lugar para microestados en la UE.

La independencia de Cataluña, desde todos los puntos de vista, es completamente inviable, no solamente en su aspecto económico, sino en su vertiente política. La inclusión de España en la Unión Europea, la ha hecho partícipe de un “club de Estados-Nación”, la mayoría de los cuales son de factura más reciente que España y ninguno de los cuales –especialmente en su núcleo duro franco-alemán- están dispuestos a permitir que un Estado de tamaño medio se desintegre en partes en un proceso que luego podría afectar también a sus propios países. Hoy, quedar fuera de la UE supone perder el mercado al que van a parar la mayor parte de productos manufacturados en Cataluña. No es que la independencia catalana redujera drásticamente el comercio con España… es que hundiría también sus relaciones con la UE.

SEGUNDA PARTE:
LA CRISIS SOBERANISTA EN SUS RASGOS GENERALES

VI. Las naciones no se crean ni se destruyen mediante referéndums.

Ninguna nación digna de tal nombre se ha creado en base a un referéndum y mucho menos cuando, como en el caso de Cataluña, el resultado sería, en cualquier caso, extremadamente ajustado y ni siquiera está claro cuál sería el resultado y en favor de qué opción. Las naciones no se crean ni se mantienen en función de referéndums sino que son el resultado de procesos históricos, voluntades de poder, proyectos comunes. Por otra parte, el destino de una nación no puede depender del estado de ánimo del electorado en un momento dado de la historia, sino que es el resultado de una voluntad colectiva y de un proyecto histórico que no está presente en el nacionalismo catalán, el cual es un fenómeno histórico reciente que se ha afirmado precisamente en un momento de quiebra y reflujo de todos los nacionalismos.

VII. No estamos ante España contra Cataluña, sino ante CiU-PPSOE contra la ciudadanía

Los medios de comunicación de la Generalitat han tenido la habilidad de presentar el conflicto soberanista desencadenado por el nacionalismo como un conflicto entre Cataluña y España, cuando en realidad no es más que un episodio de la lucha entre CiU y el PP-PSOE por el control de inmensos recursos económicos generados en Cataluña. La crisis ha hecho disminuir los beneficios de la casta política catalana que precisa un control total sobre sus recursos, sin compartirlos, ni atender a fondos de solidaridad interterritorial. No es un choque entre “Cataluña” y “España”, sino entre los partidos políticos que controlan los resortes de poder en Cataluña y en España contra la ciudadanía que solamente aspira a estabilidad, prosperidad, trabajo y bienestar.

VIII. La solución ya no está en la constitución del 78

El único argumento utilizado por el gobierno Rajoy para prohibir el referéndum soberanista y defender la unidad del Estado y la integridad de la Nación, ha sido la legalidad constitucional. Este argumento, siendo limitado –una nación es permanente, mientras que sus constituciones son productos temporales; la nación está por encima de la constitución en tanto que pre-existe a ella- solamente podía ser asumible en el caso de que la constitución de 1978 y el régimen que se edificó sobre ella, tuviera algún prestigio. En realidad, estamos ante una crisis “de régimen” y la constitución de 1978 ya no es la solución, sino que obstinarse en considerarla como un tótem intocable es uno de los problemas más graves del país.

IX. Cataluña rota por la Generalitat, abandonada por el Estado, destrozada por la globalización

Las  más de tres décadas de gobierno nacionalista (el nacionalismo ha estado presente en los años de CiU, pero también en los del tripartito a través de ERC y de un PSC que siempre estuvo gobernado por hijos de la alta burguesía catalana para encuadrar a las clases trabajadoras mayoritariamente castellanoparlantes) han roto a Cataluña que ha visto como descendía su capacidad industrial, llegaban legiones de inmigrantes islamistas inintegrables, se practicaban políticas tendentes a asfixiar el uso de la lengua castellana, se abordaban proyectos faraónicos, planes irrealizables y todo ello para mayor gloria de una clase política regional corrupta. Es cierto que las inversiones en Cataluña han disminuido y que en los dos últimos años la inversión extranjera se ha reducido a la mitad, como fruto de las tensiones soberanistas. Pero los grandes problemas de Cataluña, deslocalización e inmigración masiva, no proceden del Estado Español, sino que son productos directos de la globalización.

TERCERA PARTE:
EL VERDADERO ROSTRO DEL SOBERANISMO

X. Del nacionalismo al soberanismo: relevo de clase

Si el nacionalismo catalán es un producto relativamente reciente de la alta burguesía catalana, el movimiento soberanista es otra cosa. En la transición y hasta los últimos años del gobierno de Jordi Pujol, esa misma burguesía que había crecido al calor del franquismo (con el que lejos de oponerse, colaboró y del que se benefició ampliamente) y de la Generalitat restaurada (no solamente haciendo buenos negocios a la sombra del poder, sino extorsionando entre el 3 y el 5% de cualquier negocio o contrato que se firmara con la institución), a partir de los años 90 empezó a desinteresarse por realizar sus inversiones en Cataluña y empezó a invertir preferentemente en otros escenarios económicos, sumándose a la tendencia internacional a reforzar el capitalismo especulador. De ahí que hoy, el soberanismo ya no esté controlado por la alta burguesía industrial sino por grupos periféricos: beneficiarios de la Generalitat (CiU, Ómnium, ANC), pequeña burguesía del interior (ERC), borrokas (CUP), ecosocialistas (ICV), que han arrastrado a Artur Mas a las posiciones rupturistas.

XI. Lo “inédito” del independentismo catalán

Cataluña nunca ha sido históricamente una “nación independiente”, siempre estuvo ligada al resto de territorios que constituyen esta unidad geopolítica que es la Península Ibérica y que la historia ha hecho cristalizar en dos Estados (Portugal y España). Hispania Citerior, Tarraconense, Reino Visigodo, Condados Pirenaicos, Marca Hispánica, Reino de Aragón, unidad con el Reino de Castilla, Españas de los Austrias, España de los Borbones, España Nación, son las formas políticas en las que ha participado Cataluña. La brecha se abre en el último tercio del siglo XIX con la aparición del nacionalismo y la pretensión inédita de lo que ha sido una “nacionalidad” (conjunto de tierras con algunos rasgos antropológicos característicos) pase a ser “nación” y, por tanto, aspire a formar un “Estado” independiente.

XII. El nacimiento del nacionalismo catalán

Así pues, el nacionalismo catalán (como el vasco) es un fenómeno reciente nacido al calor de la burguesía regional con la intención de preservar sus negocios. Esa misma alta burguesía industrial catalana, se había beneficiado del proteccionismo que había impuesto al gobierno español para preservar ese mercado de penetraciones de productos exteriores a España. Basado únicamente en el hecho diferencial de la lengua, se preocupó en lo que se llamó “construcción nacional de Cataluña”, de improvisar –frecuentemente a golpe de talonario- una cultura, unas tradiciones y una historia propias, forzando diferencias, aumentando distancias y creando oposiciones antes inexistentes.

XIV. La falsificación de la historia de Cataluña

La Generalitat ha instaurado una “historia nacional de Cataluña” que choca con cualquier criterio historiográfico mínimamente honesto y científico. Episodios que nada tienen que ver con una “historia nacional de Cataluña” (desde la existencia de la Tarraconense, hasta la revuelta del conde Paulus en el reino visigodo, hasta la Guerra de Sucesión, todo, absolutamente todo, ha sido desnaturalizado y transformado en episodios de una historia nacional difícilmente sostenible). A ello se ha sumado la falsificación o destrucción de documentos que inició en el siglo XIX Próspero de Bofarull o la subvención a las más peregrinas teorías sobre la catalanidad de Colón, de Santa Teresa de Ávila o las montañas de Montserrat como fondo a la Gioconda, que son tomadas en serio por muchos nacionalistas y que tienen su origen en la lingüística freaky que inauguró el conde de Güell en los juegos florales de 1901 (que pagaba de su bolsillo) según la cual el catalán era más antiguo que el latín y descendía del dialecto hablado en los Alpes Réticos, el retho-romanche. Tales enormidades solamente han podido imponerse gracias al control ejercido en los últimos 36 años por el nacionalismo sobre el sistema educativo catalán y sobre los medios de comunicación. El resultado ha sido la transformación de la Historia de Cataluña en un amasijo de contenidos freakys, interpretaciones grotescas, falsificaciones puras y simples y deformaciones constantes tendentes a demostrar que desde la más remota antigüedad existió una “historia nacional de Cataluña” que “los españoles” han querido ocultar.

XV. El peligro es el nacionalismo

En Cataluña como en el País Vasco se ha dicho a menudo que el peligro lo constituían los “grupos violentos”. Estos eran prácticamente inexistentes en Cataluña en donde jamás ha cuajado la existencia de una organización terrorista como ETA más allá de copias grotescas y risibles como Terra Lliure, organización terrorista que consiguió el récord de militantes muertos por las propias bombas que intentaban colocar, hasta el punto de que puede decirse que deberían estar agradecidos a que la policía los desarticulara completamente en 1992, o de lo contrario todos hubieran terminado haciéndose pupa. El peligro, ni en Cataluña ni en el País Vasco, ha sido el terrorismo. El terrorismo, como máximo, ha sido un riesgo para el orden público y la seguridad de la población, pero nunca ha constituido un verdadero riesgo. El auténtico riesgo ha sido siempre el nacionalismo “moderado y democrático” en cuyo programa se incluían objetivos que solamente podían alcanzarse mediante el envenenamiento de las conciencias realizada a través del control sobre los mecanismos educativos. Los espasmos soberanistas que estamos viviendo hoy no son más que el resultado de más de tres décadas de intoxicación nacionalista y falsificación de la historia, operados desde el control de las estructuras autonómicas. Si para algo ha servido el “Estado de las Autonomias”, aparte de para ir devorando al Estado del Bienestar y de enriquecer a las clases políticas regionales, no ha sido desde luego para descentralizar la Nación, sino para crear el clima cultural favorable para la centrifugación nacional.

XVI. Cuarenta años de franquismo, cuarenta de democracia

Tienen razón los soberanistas en decir que durante 40 años el catalán fue marginado de la vida pública. Algo todavía más incomprensible toda vez que entre las filas de los vencedores figuraba el carlismo que se expresaba perfectamente en catalán y que tenía un arraigo profundo en tierras de Cataluña. Sin embargo, Franco optó por el jacobinismo, mucho más alejado de su concepción ideológica, pero como rechazo por los excesos separatistas protagonizados en 1931 y 1934. Realmente no existió persecución contra el catalán, sino marginación de la vida institucional. En 1967 ya se editaban revistas en catalán de alta tirada y existían varias colecciones de libros en esa lengua. Lo que no estaba era subvencionada y, sin embargo, la lengua catalana resistió y en algunas zonas existían en los años 60 niveles de utilización del catalán muy similares a los actuales. El problema es que en los 36 años siguientes, la Generalitat se creyó obligada a devolver ojo por ojo, entrando en una dinámica de multas lingüísticas, prohibiciones, exigencias y falta de sensibilidad hacia la lengua castellana, cayendo frecuentemente en imposiciones, rivalidades ridículas y sobreprotegiendo el catalán cuya supervivencia hoy depende en gran medida de este régimen de subsidios e imposiciones. Y las lenguas son como los cauces de los ríos, resulta muy difícil alterar su curso. Recordar los excesos de la Generalitat nacionalista no quiere decir exculpar al franquismo de sus responsabilidades. De hecho, ambos son muestras del mismo error.

XVII. La extensión del conflicto a Valencia, Baleares, Aragón y Francia

Desde los tiempos de Prat de la Riba y de su obra La Nacionalitat Catalana, se tiene conciencia de que el territorio catalán no da de sí lo suficiente como para forjar a partir suyo un Estado con capacidad para sobrevivir y ocupar un lugar en el concierto de las naciones. De ahí que ya en esa obra, se adjuntara un significativo capítulo titulado Imperialismo catalán. El autor y sus herederos consideran que el “núcleo histórico catalán” identificado con las cuatro provincias gobernadas hoy por la Generalitat de Catalunya, debe expandirse “desde Fraga a Mahón y de Salses a Guardamar, integrando territorios pertenecientes a las comunidades autónomas de Aragón, Baleares, Valencia y a territorios franceses del Rosellón y la Cerdaña. El mero hecho de que exista ese proyecto y que algunos lo compartan, indica que el soberanismo catalán no se agota en el mero hecho soberanista catalán sino que esta es solamente un primera fase de un proyecto mayor.

XVIII. La realidad económica catalana

La industria catalana se vio inicialmente beneficiada por el proteccionismo español y por el retorno de capitales de Cuba y Maracaibo que generaron una fuerte acumulación de capital y el nacimiento de una burguesía industrial dotada de gran dinamismo y que se beneficiaba de un mercado que disponía en exclusiva: el mercado español. Desde entonces no ha cambiado gran cosa: hoy el superávit del comercio catalán con el resto de España es de 24.000 millones de euros. La economía catalana depende en primer lugar de que sus productos se vendan en el resto del Estado, pero eso obliga a la sociedad catalana a algo que parece lógico: contribuir a la solidaridad interterritorial… aunque solamente sea para que el dinero redistribuido por el Estado genere mayor crecimiento en otras zonas y una mayor posibilidad de adquisición de producto elaborados en Cataluña. La irresponsabilidad del soberanismo se demuestra en que quiere seguir teniendo acceso a ese mercado (y al francés, su segundo cliente), pero sin la contrapartida de contribuir a ningún tipo de solidaridad interterritorial. A nadie con unos conocimientos mínimos en economía se le escapa el que una Cataluña independiente, situada fuera de la UE, perdería a sus dos principales clientes y obligaría a miles de firmas a trasladar inmediatamente sus sedes sociales. Una Cataluña independiente es inviable mientras persistan las actuales condiciones económicas y los actuales niveles de intercambios comerciales.

CUARTA PARTE:
DEMOGRAFIA E INMIGRACIÓN EN CATALUÑA

XIX. El problema demográfico catalán

La natalidad en Cataluña (1,2) está muy por debajo de la tasa de reposición (2,2). Pero el problema va mucho más allá de esta relación: en realidad, en Cataluña sólo uno de cada cuatro nacimientos pertenecen al grupo étnico autóctono. El resto son hijos de inmigrantes. En 1996 Cataluña tenía ligeramente algo más de 6.000.000 de habitantes, hoy tiene 7.500.000 habitantes, lo que quiere decir que en torno a 1.750.000 son o inmigrantes o hijos de inmigrantes. Es decir por encima del 30%. Esto no está reflejado en las estadísticas que consideran que según el ius solis todo nacido sobre territorio español adquiere solo por eso la nacionalidad española. Pero basta con esperar a la puerta de colegios públicos, incluso en zonas que no registran una particular concentración de inmigrantes para comprobar que, efectivamente, el grado del problema. En escuelas del Raval o de Salt se ha llegado a un 80-90% de alumnos hijos de inmigrantes. El error de la Generalitat consiste en pensar que todo este volumen de inmigración está “integrado” en la sociedad catalana por el mero hecho de… hablar catalán. Con la mayor parte de estos grupos étnicos existe una brecha cultural y antropológica que no ha existido nunca con los contingentes de población desplazada a Cataluña procedente del resto del Estado.

XX. El riesgo de fractura social y étnica

Cataluña se precipita a marchas forzadas a una fractura interior que será a la vez étnica y social. El 1.500.000 de inmigrantes que han llegado a Cataluña en los últimos 20 años y sus hijos vinieron, como en el resto de España, atraídos por el falso “crecimiento económico español” de los años 1996-2007; incluso cuando se inició la crisis siguieron llegando y siguieron aumentando en número. Y todo esto en el momento en el que Cataluña sufría un proceso de desindustrialización y el turismo y la hostelería tomaban el relevo. Mayoritariamente, los inmigrantes trabajan en el sector de hostelería (y en segundo lugar en el agrario) sectores con bajo valor añadido y con salarios bajos en el límite del salario mínimo. Pero en Cataluña no cotizan más de 400.000 inmigrantes, es decir, menos de un 30% y casi siempre por las franjas salariales más bajas y, por tanto, con ingresos muy limitados y siempre próximos al umbral de la pobreza. Eso genera el caldo de cultivo adecuado para futuras revueltas que serán a la vez, raciales y sociales, configurándose como el principal problema de la Cataluña del futuro que, obviamente, sería inasumible por un “Estado catalán” independiente.

XXI. El Islam en Cataluña, nuevo e inintegrable actor

Desde los años noventa, la Generalitat de Catalunya se preocupó por canalizar un flujo de inmigración procedente del Magreb para evitar la llegada a Cataluña de inmigración hispanoparlante procedente de países andinos. Se presuponía que los magrebíes educados en escuelas catalanas, aprenderían a hablar catalán, mientras que los andinos no se esforzarían al poder comunicarse en castellano. Esta “genial” política de inmigración ha convertido a Cataluña en la verdadera meca de la inmigración islamista en España: a Cataluña han afluido inmigrantes no solamente magrebíes, sino paquistaníes y subsaharianos todos ellos de religión islámica. Dotados de unas tasas de reproducción algo más de tres veces superior a la de la población autóctona, el crecimiento de esta impresionante masa inintegrable, es el principal riesgo que afronta Cataluña en estos momentos. La Generalitat cree que tendiendo la mano, estos contingentes se integrarán: ignoran la brecha antropológica, religiosa y cultural que separa a la comunidad autóctona de esta bolsa de inmigración islámica. Ni hay, ni ha habido, n puede haber un “Islam catalán” como quieren los soberanistas: lo que existe es un islam presente en Cataluña que percibe claramente que ahí puede imponerse más que en cualquier otro lugar del Estado y que, precisamente, por eso está dispuesta a apoyar el proceso soberanista. No mentimos cuando vemos a una eventual “Cataluña independiente”, no un “nuevo Estado de la EU”, sino como un futuro “nuevo califato de la Liga Árabe”…

QUINTA PARTE:
APUNTES PARA UNA SOLUCIÓN

XXIII. España federal, España jacobina y España Foralista

España al salir del franquismo precisaba una descentralización urgente en 1976 que, al hacerse a prisa y corriendo sin medir suficientemente las consecuencias, degeneró pronto en el inviable “Estado de las Autonomías”. Quienes reconocen su fracaso, proponen ahora una “España Federal”, olvidando que no existe ningún caso en la historia de “estado unitario” que se haya desmembrado para reagruparse después en “federación”. Sin olvidar que el nacionalismo periférico solamente admitiría un “federalismo asimétrico” que reconociera a sus territorios una categoría diferenciada a la del resto de partes. Queda la solución Foralista: máxima descentralización a cambio de máxima lealtad. No es algo inédito en nuestra historia. El absurdo actual es que se concede más autonomía a cambio de mayor presión, cuando la autonomía debería ser un premio a la lealtad, no el producto de una presión egoísta.

XXIV. El problema de fondo: un país, dos identidades

La realidad sociológica catalana es que sobre el territorio de las cuatro provincias coexisten dos identidades lingüísticas, la identidad castellanoparlante y la identidad catalanoparlante. Al tratarse de dos lenguas hispano-romances, al existir contigüidad antropológica y cultural, la sociedad catalana es una sociedad integrada y sin más problemas que los que plantea el soberanismo y su intención de que sobre el territorio catalán solamente exista una identidad. Lo sorprendente es que sin los excesos soberanistas (y, obviamente, sin los “españolismos excluyentes”), nunca han existido problemas de convivencia, ni fricciones sociales entre ambas comunidades lingüísticas, lo que demuestra a las claras que la convivencia es posible en situaciones de normalidad.

XXV. Cataluña – España – Europa

Cataluña no es una realidad aparte de España, ni España es una realidad aparte de Europa. Geográficamente los caminos de España hacia Europa pasan a través de Cataluña. No está fuera de lugar recordar que los orígenes culturales de Cataluña y de España son idénticos derivan del mundo clásico y de la aportación del cristianismo y, en este sentido, son cultural y antropológicamente próximos sino superponibles a los de cualquier otra nación europea. La integración en una Europa hecha a través de Naciones-Estado (hacerlo a través de 150 regiones sólo en Europa Occidental es, simplemente, impracticable) obliga de manera natural a que Cataluña afirme su presencia a través del Estado Español. Las soluciones artificiosas propuestas por el soberanismo catalán para compensar la falta de “entidad nacional” y aludiendo a una “euro-región” que ocupe los inexistentes “Països Catalans” y una especie de Occitania ampliada a la Septimania y a la Aquitania francesa, crea más problemas que resuelve situaciones ya superadas y enmarca el hecho esencial: el odio soberanista hacia todo lo que sea una implicación con España.

XXVI. La cuestión lingüística

La lengua catalana se habla en Cataluña (con un nivel de utilización como lengua vehicular de entorno al 35%), de la misma forma que la lengua castellana se habla en todo el Estado. Cualquier intento de imposición de una sobre otra o de asfixia de una por otra, debe ser excluido y condenado. De cara a la enseñanza, tanto el Estado como la Generalitat tienen que facilitar al ciudadano la máxima libertad para que pueda poner en práctica su proyecto de vida personal, pueda elegir libremente la lengua en la que quiere hablar y en la que quiere que se eduquen sus hijos. Se entiende que el conocimiento de ambas lenguas es importante y la opción para hablar una u otra debe ser una decisión personal enteramente libre y realizada en función de expectativas y proyectos personales, no una imposición de ninguna estructura de poder.

XXVII. La solución al problema catalán en una nueva constitución

Como decíamos al principio, el “problema catalán” no es más que uno de los muchos problemas que han aparecido o se han recrudecido con la irrupción de la crisis económica a partir de 2007, la primera y gran crisis de la globalización. El soberanismo es un problema más generado en el ambiente de crisis económica que ha mutado en crisis social y cuya persistencia ha terminado afectando de manera demoledora al régimen nacido en 1978. No hay solución ni al soberanismo catalán, ni al resto de problemas, dentro del actual marco político y dentro del actual ciclo histórico que puede darse por concluido y fracasado. Estamos viviendo una situación similar a las que se vivió en España desde el 21 de noviembre de 1975 hasta el 12 de octubre de 1978: momentos de transición hacia un cambio de régimen. La diferencia estriba en que, mientras que en 1975 las fuerzas de recambio estaban mucho mejor definidas y sus apoyos en Europa mucho más claros, en la actualidad, la sensación es que no existe recambio, ni fuerza política con suficiente empuje social como para liderar un cambio de régimen. Fenómenos nuevos como Podemos, son el síntoma del pudrimiento del régimen nacido en 1978, pero carecen de fuerza social suficiente e incluso de proyecto viable como para asumir la transformación. El resultado de la contradicción entre un régimen que cae y otro que carece de fuerza para imponerse, solamente puede generar un escenario de inestabilidad permanente durante un largo período.

XXVIII. Liquidar el Estado de las Autonomías


El Estado de las Autonomías ha constituido un bochornoso fracaso en la historia de España. La guinda de un pastel de una larga serie de fracasos históricos que se remonta a tres siglos. Las tendencias centrífugas han terminado por prevalecer. El Estado de las Autonomías no era más que una etapa intermedia entre la España jacobina y la España descoyuntada. En el mejor de los casos, las Autonomías se han convertido en estructuras burocrático-administrativas pensadas para alimentar a las clases políticas regionales; en el peor, en estructuras paralelas al Estado previas a la secesión. Pero en cualquiera de los casos, en todas las autonomías, se ha procurado utilizar el factor emotivo y sentimental relativo a la “patria chica” como argumento y excusa para alimentar una pesada burocracia. Incluso en zonas en donde nunca ha existido nacionalismo ni soberanismo, han aparecido partidos que intentan aprovechar la tendencia natural al arraigo en la tierra natal, y transformarlo en un escudo para justificar el reparto de beneficios entre las clases políticas regionales. Para salir de esta situación solamente hay tres opciones: o volver al jacobinismo, o descoyuntar por completo al Estado, o asumir un modelo foralista. No hay una cuarta opción.

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