lunes, 12 de enero de 2015

La evolución de la situación en Cataluña


Info|Krisis.- Han pasado dos meses desde la convocatoria del referéndum soberanista del 9 de noviembre y el independentismo sigue dando muestras de haber llegado a su límite máximo. No solamente está remitiendo su influencia en la calle, sino que los distintos partidos soberanistas están dando un poble ejemplo de cómo sus declaraciones altisonantes se han terminado convirtiendo en mero tacticismo electoralista. Para colmo, la irrupción de Podemos ha terminado por desequilibrar las cuentas iniciales de los soberanistas. En un ambiente de crisis, Artur Mas se prepara para afrontar los que serán sus últimos meses al frente de la Generalitat. En esta situación extremadamente lábil y movediza, lo más sorprendente es que los medios de comunicación de la Generalitat siguen ejerciendo su particular tancredismo y, por aquello del, “corregilla y no enmendalla”, se obstinan en seguir ignorando que su proyecto independentista apenas fue votado por una cuarta parte del electorado catalán y, en este momento, está descarrilado. Si no lo han advertido aún, la realidad se lo está mostrando descarnadamente.

Una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad, frase atribuida falsamente a Göbbels y cuya verdadera paternidad puede reivindicar Lenin (como demostró el historiador Joachim Fest), parece ser el lema del equipo de comunicación al servicio de Artur Mas. Como si aquí no hubiera pasado nada, como si el soberanismo fuera mayoritario en Cataluña, como si existiera en las cuatro provincias un clamor unánime en favor de la independencia, los medios de comunicación de la Generalitat, pagados por todos, pero desde hace casi cuarenta años al servicio exclusivo del nacionalismo, siguen repitiendo las mismas monsergas.


En Costa Rica existe un “Casal Catalán”, sin embargo pocos catalanes residentes aquí se sienten independentistas. Sobre los pocos que están en ese estado, me cuentan, que se trata de individuos bastante ácidos, poco empáticos y, frecuentemente, considerados como anómalos en relación a su misma comunidad de origen. Hace poco vi una bandera independentista descolorida bajo el sol abrasador del Caribe, colgada en una casita flotante de Isla Contadora, seguramente la más azotada por la “chitra”, un minúsculo y ponzoñoso insecto que produce urticación masiva en los miembros que asaetea. No pude por menos que sentir cierta conmiseración por aquel pobre diablo cuyo máximo orgullo es mostrar, entre picadura y picadura, una bandera descolorida, sin duda fabricada en China, a gentes que no tienen ni siquiera noción de dónde está Cataluña. La verdad es que la distancia es la mejor ayuda para redimensionar las grandes cuestiones políticas de nuestro tiempo. Y desde el Caribe, el soberanismo catalán no deja de ser una anécdota, a ratos triste, a ratos risible.

Se diría que el soberanismo existe porque existe TV3. El día que Artur Mas se vea privado de este medio de comunicación difícilmente podrá transmitir sus originalidades. En Cataluña, hoy, no existen más de 20.000 personas que lean prensa en catalán. Los medios de comunicación escritos en catalán siguen existiendo por expreso deseo del Palau de la Generalitat y por las subvenciones generosamente distribuidas, pero nunca, absolutamente nunca, ni en sus mejores momentos, han sido rentables. Pero en la lejanía no llega prensa catalana y los ecos de TV3 no pueden competir con los de ninguna cadena de tv por cable. A 10.000 km de distancia se sabe del independentismo catalán solamente a través de Internet. La deducción a la que llega uno cuando reflexiona desde la lejanía es que la Generalitat -que cada vez gasta más en “embajadas” y menos en sanidad- está perdiendo la partida.

Las razones de esta pérdida son, fundamentalmente, cuatro. Las enumeramos por orden de importancia:

1) Incluso el público soberanista empieza a estar cansado de una Generalitat instalada únicamente en la ficción soberanista y para la que “gobernar” es solamente “vender futuro independentista”. Una cosa es movilizarse uno, dos o tres días al año, sacar al balcón una bandera -que muestra solo que allí vive un independentista y en la mayoría de viviendas colindantes vecinos a los que el tema les importa muy poco- y otra muy diferente, es estar en condiciones y con ganas de movilizarse continuamente en favor de un ideal sobre cuyo destino planean cada vez más dudas. La Generalitat no lo está haciendo bien. Es innegable que, incluso para los nacionalistas, existen demasiadas sombras de corrupción sobre la gestión del gobierno catalán. El ambiente que se percibe en las calles de Cataluña (al menos hasta finales de noviembre) era mucho más deteriorado que en cualquier otro lugar de España. Nadie, salvo los funcionarios de CiU y la legión de “cuñados” y afiliados menesterosos, ve la necesidad de las “embajadas” o de pagar por estudios de quiméricas “constituciones catalanas” o proyectos inviables de “defensa”, mientras cada vez se comprueba que la sanidad está más desasistida. Hoy, en Cataluña, ser independentista y creérselo es cada vez más duro. A medida que pasa el tiempo, al soberanismo le cuesta más mantener en activo a sus huestes. La tensión a la que han sido sometidas en los últimos tres años parece excesiva para los magros resultados obtenidos. En estos momentos, Mas no puede alardear ni siquiera de que ha arrancado unos milloncejos negociando con el Estado. La sensación que da la Generalitat para el común de los ciudadanos catalanes es de negligencia en la tarea de gobierno y la sensación de que el soberanismo difícilmente irá más allá de donde llegó el 9-N: a partir de ahora solamente le queda remitir.

2) La pugna entre Artur Mas y Oriol Junqueras es una pugna entre dos grupos de intereses. Cada uno de ellos trata de ensalzar más y de manera más dramática y grandilocuente el “patriotismo catalán” y ambos intentan crear las expectativas más rutilantes para una Cataluña independiente, pero cada vez se percibe de manera más nítida que se trata solamente de declaraciones maximalistas de políticos que compiten por un mismo electorado y que buscan solamente reforzar su poder dentro de la administración catalana: el patriotismo es solamente el elemento emotivo y sentimental, la coreografía inevitable que acompaña un mero tacticismo ansioso por eternizarse en el poder (CiU) o por disponer de él en solitario (ERC) para mejor fortuna  de sus cuadros dirigentes. La polémica en la que llevan enzarzados desde hace mes y medio Mas y Junqueras sobre “elecciones plebiscitarias” o “elecciones ya”, se ha convertido en la coletilla habitual de los informativos de TV3. Cada vez resulta más evidente para quienes creen sinceramente que Cataluña debería ser independiente que tanto para ERC como para CiU la discusión ya no reside en ese punto sino en quién acaparará el poder en los próximos años. CiU se resiste a aceptar el hecho de que su sigla está “quemada” por casos y más casos de corrupción. ERC no está dispuesta a reconocer que el soberanismo era, es y seguirá siendo minoritario entre la población.

3) La sociedad civil catalana está reaccionando. La poca entidad de la mayor parte de los intelectuales y artistas soberanistas y el silencio de la inmensa mayoría de catedráticos, profesores universitarios y personalidades relevantes del mundo del arte y de la cultura, presionados por el agit-prop de la Generalitat, están dejando paso a una reacción de sectores cada vez mayores de la intelectualidad catalana hostiles al soberanismo y hartos de soportar en silencio la ausencia de sentido común del independentismo. En la patronal, la hostilidad es absoluta. En lo que queda de los sindicatos, no es menor. Algunos sectores se están organizando y, con retraso en relación a lo que ocurrió en el Pais Vasco (seguramente porque en Cataluña el “terrorismo” fue apenas un mal chiste de corta duración), también allí son perceptibles movilizaciones de sectores culturales y sociales. La reacción al soberanismo todavía no ha alcanzado a las masas, pero es cuestión de tiempo: cada vez en las conversaciones particulares los “contras” del soberanismo salen a relucir ante el desierto de “pros”. El soberanismo es cosa de funcionarios de la Generalitat, “cuñados” de dirigentes de CiU y de ERC, pequeños grupos ultrancistas y, además, recluidos especialmente en la “Cataluña interior”. El error del soberanismo fue anunciar que la independencia resolvería todos los problemas de Cataluña, cayendo en exageraciones extremas en la campaña SíoSí que hicieron salir de las entrañas de muchos catalanes el viejo “seny” perdido con la propuesta soberanista de doble salto mortal: situados ante la perspectiva de un corte de relaciones con España y con la UE, es decir, con los dos principales clientes, el independentismo ha remitido en las últimas semanas especialmente en sectores de las clases medias y de la juventud.

4) La irrupción de Podemos resulta un elemento imponderable con el que no contaba el independentismo hace un año. En las últimas elecciones autonómicas que dieron la victoria a Artur Mas, ERC se había configurado como el partido que acaparaba el “voto de protesta”. Muchos de sus votantes, especialmente jóvenes, ni siquiera eran independentistas: votaban, simplemente, a ERC porque era el partido que parecía responder más sinceramente al rechazo a partidos grises (PSC, PP, ICV), a partidos demasiado corruptos (CiU) o a partidos desdibujados (Ciutadans y UPyD). ERC era el partido que mejor podía aceptar un joven educado en la “inmersión lingüística” y al que la política le interesara sólo muy superficialmente. Pero esto ha cambiado en los últimos meses: a pesar de sus ambigüedades, a pesar de cierto rechazo a presentarse como “españolista”, la realidad es que Podemos en Cataluña no manifiesta el más mínimo entusiasmo por el soberanismo y entre las preocupaciones de sus dirigentes no existe el más mínimo interés por apoyar la independencia catalana. Pues bien, en las últimas semanas, se ha producido el abandono de una parte de la intención de voto de protesta hasta ahora capitalizado por ERC, que se ha desplazado hacia Podemos: no es que sean votos “por la unidad de España”… es que son votos que se restan al soberanismo.

A este cuadro particularmente sombrío para el soberanismo se une un elemento internacional no desdeñable: esta corriente, no solamente ha sido derrotada en Escocia, sino que remite en el Québec Canadiense y en el Flandes belga, considerados habitualmente como referencias para los independentistas catalanes. Si tenemos en cuenta que en estas dos zonas existen razones de mucho mayor peso que en Cataluña para defender ideas soberanistas (tanto en el Québec como en Flandes se hablan lenguas de origen completamente diferente al hablado por la otra comunidad, inglés y francés, respectivamente) y, dejando aparte que en Canadá hace 150 años ambas comunidades resolvían sus problemas por medio de las armas o que Bélgica no es un “Estado histórico”, sino un simple “Estado tapón” creado entre Alemania y Francia, el hecho de que el soberanismo remita en estas zonas es indicativo de que el siglo XXI no será el siglo de los “micronacionalismos”, sino más bien el de los “grandes espacios económicos”. Resulta inevitable que la inexistencia de “éxitos” en Occidente por parte de los partidos soberanistas repercuta, así mismo, desfavorablemente, en el soberanismo catalán.

Por todo ello, no habrá independencia de Cataluña. Los soberanistas no verán la creación de un Estado independiente como no se verán jamás las orejas. Si el soberanismo ha podido llegar hasta aquí ha sido por manejar diestramente la técnica del cambalacheo político –el “do ut est”, “yo te doy, tú me das”- durante el período Pujol y por la crisis económica derivada tanto de la globalización como del estallido de la burbuja inmobiliaria y de los errores del zapaterismo, que el soberanismo tuvo la habilidad de presentar como “responsabilidad del Estado Español”. Será difícil que se vuelva a dar una circunstancia de este tipo. En realidad, la crisis soberanista que se inició en 2011, tenía paralelismo en la actitud ofensiva del catalanismo político 100 años antes. Aquellos eran hombres de otro fuste y, sin embargo, recularon ante la Semana Trágica de 1909 y ante la virulencia del proletariado. Un siglo después, la única amenaza que se cierne sobre el futuro de Cataluña es ser la zona más islamizada de todo el Estado.


CiU es, sin lugar a dudas, el responsable de esta situación: fue CiU quien trajo a la inmigración islámica a Cataluña y ERC quien creó la ficción de que existía un “Islam catalán”… El millón de islamistas residentes en Cataluña (magrebíes, subsaharianos y paquistaníes) constituyen sin duda, en estos momentos, y junto a la desindustrialización, el problema más grave que tiene planteada Cataluña: si algunos colectivos islamistas han apoyado (tenuemente la independencia, todo hay que decirlo) se ha debido a los subsidios realizadas por Mas. Concesiones a cambio de paz étnica. Hoy, la Generalitat -Cataluña por culpa de su autogobierno- se arriesga a no tener independencia, pero tampoco a tener paz étnica. Peor imposible.