martes, 21 de julio de 2015

Cataluña sin salida: de la secesión inviable a la Cataluña imposible


Info|Krisis.- El soberanismo catalán se encuentra ante su última posibilidad histórica de lograr sus objetivos. O en la próxima primavera Cataluña es definitivamente independiente o harán mejor los soberanistas en cambiar de caballo de batalla. El mundo cambia a mucha velocidad como para que algunos sigan proponiendo ideales que maravillaron a la burguesía industrial catalana de finales del XIX para gestionar la Cataluña del siglo XXI. El tiempo de las naciones–Estado se está acabando pero el de los microestados hace ya tiempo que pasó. Gracias a las particulares condiciones de España desde 1939, el nacionalismo catalán tuvo una segunda ocasión de alcanzar sus objetivos con el Estatuto de 1979 a través del paso previo de un Estatuto de Autonomía. No existirá una tercera ocasión.

La historia difícilmente se repite dos ocasiones. Nunca tres. Sin embargo, el nacionalismo catalán ya ha conseguido “colar” cuatro “estatutos de autonomía”: el que proyectaba desarrollar la Mancomunidad de Catalunya en 1919, el Estatuto de Nuria en 1932, el de 1979 y la maragallada de 2006 que no era más que un paso adelante del anterior. A pesar de que el primero no llegara a aplicarse y el último no fuera más que un desarrollo el anterior, siempre, históricamente, el nacionalismo ha considerado al “Estatuto de Autonomía” como un paso al frente para ir “desenganchando” poco a poco a Cataluña del resto del Estado.


No hay “terceras posiciones”: o independencia o parte del Estado

Desde el punto de vista de la geometría no hay más que dos ubicaciones: o bien la independencia catalana o bien la vinculación de Cataluña a España. Cualquier otra posición es difícilmente sostenible desde el siglo XIX. Sin embargo, desde entonces existían partidos “federalistas” que pensaban de otra manera: sostenían que España debía ser un “Estado Federal” o bien una “unión de repúblicas federadas”. Companys mismo, durante la mayor parte de su vida sostuvo estas posiciones e incluso tras las elecciones locales de 1917, cuando resultó elegido concejal por el Raval de Barcelona en una candidatura radical, se dio la circunstancia de que Companys  se negó a dejar pasar al candidato igualmente elegido Carrasco i Formiguera, alegando que era “separatista” y que debía gritar primero “!Viva España!”…

El “federalismo” era una “tercera posición”, que se quería equidistante de las otras dos y que por tanto, era inestable y, a la larga, insostenible. Los federalistas de anteayer, fueron los socialistas del PSC de ayer y serán los neo–socialdemócratas de mañana en las listas de la franquicia Podemos. Sólo que en el siglo XIX, los federalistas creían en la posibilidad de realizar lo que defendían y los socialistas y neo–socialdemócratas de hoy se lo toman como una “pose” para evitar presentarse como estatalistas junto al centro–derecha, o como soberanistas, por puro “look”.

Pero ningún federalista hoy es capaz de definir los parámetros que implica tal actitud, especialmente Maragall que en las declaraciones que realizó cuando ya daba muestras de tener el cerebro desbaratado por su terrible enfermedad aludía al “federalismo asimétrico” que era una forma de redefinir lo que era la España de las autonomías: café para todos, pero más aguado en algunas zonas y de mejor calidad en otras. Eso era el federalismo asimétrico y no otra cosa.

Las elecciones del 27–S: soberanismo ventajista

Esa posición solamente volvería a ser considerada por los soberanistas en caso de que en los próximos años remitiera su opción y fuera perdiendo popularidad. ¿Puede ocurrir algo así? Todo depende de los resultados del 27–S y de cómo se desarrollen las cosas en los seis meses siguientes. Veamos…

Doy por sentado que el soberanismo obtendrá un buen resultado. Juega a su favor el sistema electoral que prima las listas mayoritarias y el hecho de que el “frente soberanista” se presente unido, teniendo delante a estatalistas de todos los pelajes (PP, Cs), indiferentistas (Podemos), federalistas a la antigua usanza (PSC, restos de ICV) y que la campaña electoral arrancará, no por casualidad, el día siguiente de la movilización del 11–S que, la Generalitat ventajista se encargará de que sea el campanazo de salida.

El gobierno de la nación se ha limitado hasta ahora a decir que la secesión es imposible y que no ocurrirá de ninguna manera. Lo cual sirve mientras las cosas no se salgan de tono y no existan conatos de rebelión al estilo de octubre de 1934. La lista única soberanista se presenta como “dialogante” y “abierta a la negociación”. Lo que no deja de tener gracia: la Generalitat quiere negociar una posición que tenga todas las ventajas de la independencia, pero ninguno de sus inconvenientes. Incluso se ofrece a que los equipos catalanes jueguen en la liga ¿española? de fútbol. Y en cuanto a la deuda del Estado está dispuesta, incluso a llevarse consigo la de la Generalitat, pero mucho menos a discutir la parte alícuota de la del Estado. Se invita y se espera que el Estado Español sea el valedor del nuevo Estado escindido de él en las instituciones europeas, como si nada hubiera pasado y se manifiesta estar dispuesto a negociar en esa dirección... No esperábamos tanta magnanimidad.

El problema del Estado Español es haber creído alguna vez que el Estado de las Autonomías era el punto de llegada para el nacionalismo catalán y no haber advertido que, simplemente, era una etapa intermedia entre el jacobinismo franquista y la formación de un Estat Catalá. Si algo puede reprocharse al nacionalismo catalán es falta de lealtad, poco interés en cumplir sus compromisos (en la situación de desastre que hay en España en este momento, la extinta CiU ha tenido arte y parte muy importante: no en vano ha apoyado a todos los gobiernos del Estado… que han concedido alguna prebenda, confesable o inconfesable, al nacionalismo. CiU ha apoyado tanto al felipismo, como al aznarismo, como a Zapatero, etapas sucesivas, perfectamente concatenadas, de la decadencia del Estado. No sólo eso: CiU siempre se negó a asumir responsabilidades públicas en la gestión del Estado. A mojarse, en definitiva.

Una mirada retrospectiva…

Al igual que el Estatuto de 1932 abrió el paso para la proclamación de la República Catalana en octubre de 1934, el Estado de 1979–2006, debería servir para proclamar el Estado Catalán la próxima primavera. Lo que Artur Mas y Junqueras pretenden es obtener el mismo éxito que obtuvo Solidaritat Catalana en las elecciones de 1917 en donde copó la mayor parte de puestos en disputa. Lo que ocurrió después es suficientemente conocido: dos años más tarde Solidaritat estallaba en mil pedazos, justo en los momentos en los que el pistolerismo alcanzaba sus más altas cotas de violencia social en Cataluña.

Diez años antes, la Semana Trágica de 1909 había demostrado ampliamente que la clase obrera no estaba a favor de alimentar las ínfulas soberanistas de la alta burguesía catalana y desencadenó aquel formidable movimiento huelguístico que solamente terminó con la intervención del ejército español, para salvar los intereses de esa alta burguesía catalana... En agradecimiento, los hijos del Conde de Güell (el gran impulsor y financiador del nacionalismo catalán) regalaron a Alfonso XIII su mansión veraniega, el Palacio de Pedralbes, utilizado luego por Franco como residencia durante sus desplazamientos a Barcelona.

Luego vino la dictadura, el complot de Prats de Molló, más tarde la fundación de Esquerra, la República, la guerra civil, el exilio… Durante cuarenta años el soberanismo estuvo prácticamente ausente de la escena política. En realidad, palideció durante la guerra y Cataluña fue, sin duda, la zona republicana más afectada por las luchas intestinas entre fracciones de izquierda ante las cuales el nacionalismo se ausentó sin dejar señas. Cuando los soberanistas relatan sus peripecias durante el franquismo, recuerdan a los falangistas cuando hablan de los camisas azules fusilados por Franco y de su papel en la oposición al franquismo… existieron, pero en grado mínimo.

Lo que hizo que en 1979 pudiera obtener cotas de autonomía superiores a las que tuvieron en la República, no fue por la acción de la “oposición democrática nacionalista”, sino el que Cataluña en aquel momento era la vanguardia de la industrialización del Estado y su burguesía industrial tenía todavía peso político.

La Cataluña corrupta de ayer y de hoy

Pero hoy esas dos condiciones ya no existen. Dejemos de lado el hecho de que los años de la Generalitat de 1979 han sido los grandes años de la corrupción en Cataluña y que ésta ha salpicado muy especialmente a los dos partidos que componían la coalición CiU. Antes de la guerra había ocurrido lo mismo. La corrupción no era algo nueva en Cataluña. Durante la República ya había hincado sus garras en el territorio regulado por el Estatut de Nuria.

Lazare Bloch, francés de origen judío, visitó Barcelona en noviembre de 1931 relacionándose con la cúpula política de Cataluña (se entrevistó con el alcalde de Barcelona, Aiguader, con políticos radicales como Casimir Giralt y con diputados regionalistas). Bloch ofrecía reservas de oro que facilitarían la creación de un banco emisor de moneda catalana tras la aprobación del Estatuto. Ofrecía también abultados créditos para el Ayuntamiento y para la Generalitat. Dado que todavía no estaba claro el sistema de financiación y los recursos económicos de los que dispondría la Generalitat, Macià no aceptó el ofrecimiento (e incluso se negó a recibir a Bloch) con lo cual éste decidió realizar otra jugada: invirtió sus fondos en Bolsa comprando valores industriales españoles, apostando a la baja, y especulando con la devaluación de la peseta.

El 10 de noviembre de 1931, Casimir Giralt aludió “casualmente” a la debilidad de la peseta y la conveniencia de que fuera devaluada. Unos días después el diario La Publicitat, órgano de Acció Catalana, publicó una noticia en la que se daba a conocer que Lazare Bloch y políticos catalanes estaban conspirando para conseguir una devaluación de la moneda española. La Publicitat publicó también una nota sobre política económica tomada del diario La Humanitat, dirigida por Lluís Companys, que era el texto de una carta de Bloch traducida al catalán. Giralt admitió las relaciones con Bloch y las presiones para obtener la devaluación de la peseta.

Por su parte, Companys declaró que había conocido a Bloch en un café de Barcelona, pero que había accedido a ninguna de sus peticiones. En cuanto a la nota que publicó en su diario, declaró que un “amigo suyo” del que no facilitó el nombre se la había pasado ya traducida al catalán para que la publicase. Reconocía no saber mucho de economía, ni contar con ningún experto en la redacción, incluso declaró que se había publicado por error.

La Publicitat, sin embargo, no se desdijo: sostuvo que la nota había sido entregada personalmente por Bloch en lengua francesa. Bloch fue expulsado de España. El asunto no se investigó: en el escenario político catalán solamente  había espacio para debatir sobre el Estatuto de Autonomía y cualquier otro tema pasaba a segundo plano.

El sueño dorado de la familia Pujol y de otras familias que componen el cuadro de honor de la extinta CiU es que ocurra algo parecido. Que una proclamación de independencia o el revuelo que pueda generar, hagan pasar a segundo, tercer plano, o a olvidarse, todos los escándalos de corrupción que están atascados en decenas de juzgados en este momento.

Soberanismo ¿”movimiento popular” o movimiento de la alta burguesía catalana?

El soberanismo se presenta como un “movimiento popular”, cuando en realidad es un grupo de familias coaligadas para gobernar Cataluña como su coto de caza particular. Son las famosas “200 familias” que desde principios del XIX hacen y deshacen a su antojo en Cataluña utilizando el elemento emotivo y sentimental del apego a la tierra natal. Macià Alavedra, hoy procesado no era más que el hijo de Joan Alavedra, secretario personal de Macià. El apellido Pi Sunyer siempre está cerca del poder autonómico. La familia Millet cuyo penúltimo vástago optó por situarse al frente del Palau de la Música, es otra de las habituales del poder “catalán”. A fin de cuentas, los Pujol son casi los “nuevos ricos” de esta saga.

Todas estas familias que coinciden en determinadas instituciones tienen memoria histórica y han optado por repetir modelos viejos (reediciones del Estatut, reediciones de Solidaridad Catalana, reediciones de los modelos de corrupción que protagonizaron sus padres y sus abuelos, etc) para los tiempos nuevos.

Pero es su última oportunidad. Ya no existe burguesía industrial. Cataluña se va desindustrializando a velocidad de vértigo. Los últimos vástagos de estas familias, salvo sus inversiones hoteleras, han optado por las inversiones especulativas y, para mostrar su “patriotismo”, preferentemente fuera de España, en el Caribe especialmente. Cataluña es algo que empieza a quedarles lejos y, desde luego, no están dispuestos a pagar más impuestos en una Cataluña independiente de lo que pagan sus SICAVs en la actualidad al Estado Español: es decir, cero. Buena parte de esos capitales procede de contratos obtenidos con la Generalitat o de comisiones fraudulentas. Tienen prisa por retirarlo del territorio “nacional” (Cataluña o España, tanto da). Mientras, los segundones de las familias, los cuñados, los funcionarios del partido, los amigos de la clase dirigente, los amantes, son los que han ocupado cargos de responsabilidad en la estructura del poder catalán.

A lo largo del “proceso soberanista”, Mas no se ha visto acompañado ya por representantes de la alta burguesía catalana, sino más bien de sectores muy heterogéneos (batasunos de CUP), periferia rural (ERC), clase media que atribuye al “Estado Español” sus desgracias (CiU) dirigida por los “segundones” de las 200 familias o por testaferros de confianza. Los intereses de todos estos grupos son contradictorios y la coalición es todavía más inestable de lo que fue Solidaritat Catalana en 1917.

Cataluña ante su gran problema: la pérdida de identidad generada por el nacionalismo…

La debilidad del Estado Español (que quedará de manifiesto en las elecciones generales) hace que hoy más que nunca la secesión catalana pueda tener alguna posibilidad de triunfar. El que luego, Cataluña pudiera sobrevivir (con la partida, eso sí, de varios cientos de miles de “españoles”, incluidas empresas –una migración que comenzó hace dos años y que prosigue a marchas forzadas– y la creciente islamización de la sociedad catalana), ya es harina de otro costal. Carod–Rovira lo expresó con claridad meridiana hace diez años ante un grupo de empresarios: “¿Qué haremos después de la independencia…? A mí sólo me importa llegar a la independencia; luego ya se verá…”. Y es que el soberanismo está dispuesto a que toda Cataluña se suicide con tal de alcanzar la independencia.

Cataluña en las actuales circunstancias no está en condiciones de ser indepediente. El tiempo de las naciones–Estado ya ha pasado (cualquier consorcio financiero puede borrar de un soplido a Estados sólidos, como se ha visto en Grecia). El de los micronacionalismo pasó hace mucho tiempo. En Canadá el nacionalismo quebeqcois ha quedado reducido a la mínima expresión después de varios referéndums por la independencia a causa del hartazgo generado entre la población por la obsesión soberanista: no se puede estar permanentemente anclado en la misma reivindicación, ni manteniendo en tensión eternamente a la población alegando que todas las desgracias de Cataluña (o de Québec) derivan de su pertenencia a un Estado del que, si se separan, vivirán felices y comerán perdices.

En el caso de Cataluña, resulta evidente que hay una población de 1.500.000 personas que no solamente no pertenecen a la cultura catalana, sino que tampoco pertenecen a la cultura española y cuyas raíces son islámicas. Estos sectores tienen una tasa de reproducción cuatro veces superior a la “catalana” (en la que incluimos a los hijos de los inmigrantes “españoles” que llegaron a Cataluña en los años 50–80 y que compensan la tasa de natalidad inferior del grupo específicamente catalán, una de las más bajas del mundo).

Engañarse es barato, pero la Generalitat no está en condiciones de integrar a esta masa que crece de día en día: a fuerza de repetir que “es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”, han olvidado que con un inmigrante aragonés o gallego, extremeño o andaluz, existe “continuidad antropológica”, mientras que con la inmigración magrebí, subsahariana y pakistaní, lo que existe es una “brecha antropológica y cultural”.

El hecho de que las políticas de inmigración en Cataluña hayan dependido de “islamófilos” como Colom i Colom o que, en su ignorancia, Carod–Rovira haya podido hablar del “Islam catalá” (ignorando lo esencial del islam y lo imposible de tal definición: el islam es universalista y el árabe es su lengua sagrada por ser la utilizada por Dios para escribir el Corán), indican el nivel de percepción errónea que tiene el soberanismo sobre este fenómeno: creen que lo pueden controlar como han controlado a la comunidad andaluza residente en Cataluña, ofreciendo cuatro prebendas a Justo Molinero y a su Radio TeleTaxi…

La cuestión es que, antes o después, Cataluña comprobará los riesgos de mantener bolsas de inmigración islamista fuera de todo control y con un crecimiento demográfico extremadamente superior a la población autóctona. La cuestión es en qué condiciones advertirá este riesgo: como “comunidad autónoma del Estado Español” o como “República Catalana”, descolgada de Europa y con apenas unos miles de Mossos d’Esquadra dedicados a mantener el orden todavía no repuestos de la sorpresa que implica hacer algo más que redactar denuncias, poner multas y acudir a las llamadas por accidentes domésticos o riñas tumultuarias. Si no pudieron con unas cuantas decenas de okupas en Can Víes hace un año, los Mossos difícilmente podrían contener a miles de islamistas airados (véanse las distintas intifadas que han ocurrido en Francia en los últimos diez años).


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Pintan mal las cosas en Cataluña. Sea cual sea el resultado de las elecciones del 27–S, supondrán un paso adelante hacia el agravamiento de la situación. La situación es todavía más dramática porque Cataluña vive especialmente del turismo: cualquier tensión, cualquier incidente o síntoma de crisis, puede contribuir a disminuir el flujo de viajeros a Cataluña o, dependiendo de la gravedad, a interrumpirlo completamente. Sin aludir, por supuesto, al frenazo de la inversión extranjera que se registra desde hace dos años, a la huida de empresas hasta más allá del Ebro, a la caída en picado de los servicios sanitarios, la educación o los transportes.

Pintan mal las cosas en Cataluña porque, aun cuando los soberanistas no alcancen la mayoría el 27–S, la totalidad de los problemas que tiene planteada hoy Cataluña seguirán en pie. Y si alcanzan la mayoría: se abrirán otros muchos más. Decididamente, no hay lugar para el optimismo sea cual sea el resultado de las elecciones del 27-S. De lo que no cabe duda es de que es el último órdago al Estado Español. Y suerte tendrá el nacionalismo si logra sobrevivir a este último doble salto mortal, demasiado arriesgado para que pueda salir indemne.

Y que no piense en que algún día se repondrá del golpe y Cataluña volverá a tener fuerza y empuje como para imponer condiciones al Estado Español: no estamos ni en la época anterior a la Semana Trágica de 1909 cuando Cataluña era la economía más pujante del Estado, ni en 1979 cuando agrupaba la mayor acumulación industrial de España: hoy Cataluña vive sobretodo de algo tan frágil, efímero y limitado como es el turismo de chancletas, botellón, balconing, porrito. Borrachera… como para estar orgulloso, como para tener fuerza para reivindicar algo.

© Ernesto Milà – ernesto.mila.rodri@gmail.com – http://info-krisis.blogspot.com