domingo, 29 de mayo de 2016

¿NEO-FASCISMO EN EUROPA? NO, “LO DE AHORA” ES OTRA COSA


Las recientes elecciones presidenciales austriacas en las que el candidato del FPÖ no ha salido elegido presidente de la República por el canto de un euro, han puesto de moda a este sector político emergente. En todos los medios de comunicación se han intentado elaborar artículos sobre la situación del espacio político europeo en el que participa el FPÖ. Las actitudes son dos: o bien definir a este espacio como neo-fascista o bien aludir a él como extrema-derecha. Ninguna de las dos calificaciones son apropiadas: la primera por errónea, la segunda por denigratoria.

Las 78 páginas que aprobó el primer congreso de la AfD el pasado 30 de abril de 2016 como definición del propio partido demuestran que los rasgos de una serie de fuerzas políticas europeas son muy similares y, básicamente, se reducen a tres: proponer el abandono del Europa, una reforma radical de la Unión Europea, la lucha contra la islamización de Europa y, finalmente, defensa de la identidad nacional. Estas propuestas se repiten tanto en el UKIP británico como en el Front National, están presentes en Amanecer Dorado y en los nacional-demócratas nórdicos… y bastan, por sí mismos, para definir un nuevo espacio político.

¿Qué espacio es ese? No, desde luego, el del neo-fascismo que históricamente desapareció en Europa con la transformación del Movimiento Social Italiano el 27 de enero de 1995. A partir de ese momento, el neo-fascismo italiano se desgranó en formaciones minúsculas que nunca más volvieron a tener peso en la política local. En cuanto al Front National, lejos quedan los tiempos en los que fue formado como ampliación por Ordre Nouveau, incluso lejos, los tiempos en los que su programa se reducía a una serie de reivindicaciones clásicas de la extrema-derecha francesa de la postguerra.


El neo-fascismo murió simplemente por el alejamiento creciente del período histórico del fascismo y por la desaparición física de la mayoría de los que vivieron en aquella época. Al igual que le ha ocurrido a Falange Española, el tiempo del neofascismo empezó a quedar muy atrás en los años 80 y no existieron ni ideólogos ni líderes políticos capaces de actualizarlo. A tiempos nuevos corresponden nuevas doctrinas. Así pues, el espacio político de todos esos grupos de carácter euro-escéptico e identitario no es el neo-fascismo.

Tampoco lo es la “derecha liberal” en la medida en que, son claros en su rechazo a las alternativas globalizadoras y mundialistas que, frecuentemente, critican en todos sus documentos. Se muestran siempre, absolutamente siempre, contrarios a la financiarización de la economía y a lo que implica la desregularización completa de la economía. Libremercado sí, pero con límites bien definidos. Lo que buscan sus programas es algo muy simple: disipar los miedos de las clases trabajadoras (es decir, de todos aquellos que dependen de un salario obtenido mediante la fuerza de su trabajo) ante los desafíos impuestos por el “nuevo orden mundial globalizado”. Mientras, la derecha opina que esta situación de inseguridad económica solamente se disipará yendo hacían las últimas consecuencias del proceso globalizador (ganando “competitividad”), estos sectores son partidarios de “decir basta” al camino emprendido y rectificarlo asumiendo otra vía. De ahí su rechazo al euro y a la actual UE. ¿Rechazo a realizar en función de qué? De la defensa de la identidad nacional y de los derechos de los ciudadanos autóctonos. Tal es la respuesta. Y, todo esto, cómo… respetando la legalidad vigente y aprovechando los canales institucionales. Ni exaltaciones a la violencia, ni llamamientos a la insurrección, ni al pueblo en armas, ni a las barricadas, ni siquiera manifestaciones violentas en la calle. Tal es la estrategia.

Estos comportamientos, al igual que los objetivos y el análisis doctrinal no tienen nada que ver con la extrema-derecha (entendida como área política inadaptada a la legalidad vigente y con tendencia a utilizar recursos violentos para hacer valer sus opiniones), nada con el neo-fascismo (que presupone una vinculación histórica con los desaparecidos movimientos fascistas y nacional-socialistas europeos) y nada, por supuesto, con la derecha liberal cuyos planteamientos rechazan casi en su totalidad. Esta es otra área política.

No es “de izquierdas”… luego será “de derechas”, si es que la derecha es un rechazo a la izquierda. El hecho de que este sector salga en defensa de las clases trabajadoras no presupone una orientación “de izquierdas”, salvo que aceptemos el discurso marxista (derecha con la burguesía, izquierda con la clase obrera). La impresión de que este sector se sitúa “a la derecha” viene confirmada porque, tanto en su discurso como en sus documentos, se percibe su naturaleza conservadora mucho más que progresista. Y aquí sí que existe una equivalencia: conservadores = derechas, progresistas = izquierdas. Ahora bien… el drama de los conservadores del siglo XXI es que ya no queda nada por conservar. Este sector político (euro-escéptico e identitario) lo que hace es utilizar la historia (la historia nacional) para identificar momentos e ideas sobre las que basar sus posiciones conservadoras. Cabría aludir a un “conservadurismo ideal” en la medida en que se alude a valores históricos presentes en la comunidad nacional (e incluso en el patrimonio europeo).

¿Derecha? ¿Conservadores? El conservadurismo de la derecha liberal es relativo y termina siendo una especie de “burguesismo” acomodaticio que sirve a sus intereses. La nueva área política que está irrumpiendo en Europa quiere “paz y orden”, pero también se muestra partidaria de defender el Estado del Bienestar… siempre y cuando los valores de meritocracia, esfuerzo, sacrificio, patriotismo, justicia, lo acompañen. A diferencia del progresista, aspira a que el Estado ayude los miembros de la comunidad nacional, pero, a cambio, éstos deben responsabilizarse: lo que se proponen no son cheques en blanco ni salarios sociales para todos, sino con una serie de restricciones. Primero para los miembros de la comunidad nacional, no para los recién llegados, so pena de hacer de la Nación la tierra de promisión de menesterosos y aprovechados de todo el mundo. En segundo lugar para quienes lo necesiten y no puedan valerse por sí mismos (pensiones de jubilación o de minusvalía dignas). En tercer lugar, para aquellos que estén dispuestos a dar algo a cambio (trabajo social), nunca se muestran partidarios de dar algo a cambio de nada. Y, finalmente, para este sector, Estado de Bienestar quiere decir mejores servicios públicos y sociales ofrecidos por el Estado. No basta con tener una sanidad y una educación pública: deben ser, simplemente, de calidad y contribuir a formar ciudadanos dignos de tal nombre.  

Así pues ¿cómo definir esa área política? “Derecha radical” es, sin duda, el nombre que mejor cuadra a los que hoy defienden posiciones euro-escépticas e identitarias. Derecha en tanto que bucean en el ideal conservador a través de la historia. Derecha porque basan su acción en el patriotismo y la identidad nacional. Derecha porque su deseo de “justicia social” no procede de reivindicaciones de clase sino de la certidumbre de que todos los miembros de una misma nación pertenecen a una comunidad que tiene derechos sociales adquiridos por el mismo hecho de nacer en el país construido por sus antepasados. ¿Y radical? Radical, porque en su análisis, estos movimientos aspiran a atacar las “raíces” de los problemas: globalización económica y mundialismo ideológico.


Ni neo-fascismo propio de nostálgicos, ni ultraderechismo patrimonio de descerebrados, ni liberalismo progresista de los poderosos. Lo que está apareciendo en Europa es una nueva forma de “derecha radical”. Cuando antes lo aceptemos, antes entenderemos la naturaleza del fenómeno.