miércoles, 31 de mayo de 2017

Revista de Historia del Fascismo nº 51 - Primavera 2017 - Sumario



REVISTA DE HISTORIA DEL FASCISMO, Nº 51 – PRIMAVERA 2017
DOSSIER ERNST JÜNGER

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miércoles, 24 de mayo de 2017

Respuestas ante el último atentado yihadista


¿Terminaremos por considerar el terrorismo yihadista en su verdadera y única dimensión? ¿Será capaz Europa de iniciar un debate sobre lo que supone convivir con una superstición que recompensa con el “paraíso” a quien muere en la yihad y al que considera que “yihad” es asesinar a inocentes? Para poder realizar diagnósticos eficaces ante los problemas reales, es preciso conocer su etiología y su verdadera dimensión.

Estas reflexiones nos dan algunas claves del problema:

1) ¿Por qué se ha producido? Porque los creyentes en el Islam sufren la peor de todas las estafas a la esperanza: la propuesta de que “morir en la yihad” da acceso a un paraíso sensualista. Obviamente, un príncipe saudí no se inmolará en la yihad: tiene todo lo que Alá le pueda dar, no necesita morirse para llegar al “paraíso”. En cambio, un musulmán que malvive tirado en Palestina, en Kandahar o en los arrabales de cualquier ciudad europea, la única forma que tiene de acceder a los “siete castillos de jade, cada uno con siete harenes y cada harén con 77 huríes, manteniéndose eternamente en los 33 años y en estado de erección permanente” (tal como garantizan los ulemas del islam), es morir en la yihad. Luego, claro está, nadie vuelve presentando una protesta al sponsor por publicidad de un producto que crea expectativas imposibles de satisfacer…

2) ¿Por qué no dejarán de producirse atentados yihadistas en Europa? Porque el 80% de musulmanes que viven en Europa viven de los presupuestos públicos (es decir, subvencionados), que con suficientes como para garantizar la supervivencia sin grandes esfuerzos, como para tener los servicios básicos cubiertos, pero no cubren las expectativas de lujo que muestran los escaparates europeos. Esto genera en los islamistas un estado de frustración que les hace tomar la “directa”, evitar lo problemático del pequeño menudeo de droga y de la delincuencia de baja cota, pequeñas estancias en cárcel (que registran habitualmente los yihadistas eurpeos), y “tenerlo todo” muriendo en la yihad. A fin de cuentas, esa eventualidad supone solamente pasar miedo cinco minutos y renacer como privilegiado en el paraíso de Alá.

3) ¿Qué puede hacerse ante los yihadistas? Ser claros: decirles claramente, que el hecho de que un texto sagrado prometa algo, no quiere decir que sea una realidad tangible. Habitualmente, las religiones –especialmente la islámica– son un conjunto de normas para regular una sociedad mediante una sanción indiscutible (divina). Pero no implica que lo prometido sea algo real; dicho de otra manera: el “paraíso de Alá” es un mito tranquilizador para los fieles que creen en el islam, les ofrece una garantía de que sus sueños serán satisfechos en el más allá… dado que nadie vuelve para contarlo, la promesa se mantiene de generación en generación. Y, una de dos: o se satisfacen todos los sueños de todos los musulmanes y se crea un sistema de subsidios y subvenciones que haga de todos ellos, verdaderos “príncipes saudíes”, o bien se les es claro y terminante: el “paraíso de Alá” es una superchería. Una estafa a la esperanza. Algo que ni existe, ni puede existir.

4) ¿Qué es y que no es la yihad? Algunos tratadistas islámicos del siglo XIX han considerado que la “guerra santa” es una guerra contra el “enemigo interior” que cada ser humano tiene dentro de sí: todo lo que en la naturaleza humana es bajo, egoísta, apegado a la materia, eso es el “enemigo interior” y para ello el Corán habla de la “gran guerra santa”. La otra, la “pequeña guerra santa” es la que el fiel islamista mantiene contra el “enemigo exterior”, el “infiel” o el “idólatra”… Podemos discutir sobre este planteamiento filosófico-teológico, pero no podemos olvidar que los que hoy asesinan y mueren en los atentados del terrorismo yihadista, no son ni teólogos, ni filósofos, sino simples delincuentes que están hartos de pasar por cárceles y de no poder acceder a los escaparates de consumo, mediante su trabajo. Pensar que la “guerra santa” es asesinar gente que asiste a una discoteca, que pasea por la calle, que se encuentra esperando el avión en un aeropuerto o, simplemente, que viaja en un autobús en Palestina, es miserable, ignorante y zafio: a eso, aquí y ahora, se le llama “terrorismo” y tiene tanto que ver con la religión como un huevo con una castaña.

5) ¿Qué hacemos con el islam? El islam no es una religión europea. Es el producto de una sociedad primitiva y atrasada a la que el gran legislador que fue Mahoma, intentó dar forma mediante un nuevo mito religioso. El islam es hoy la única religión que admite y tolera la violencia como forma para expandirse fuera de su marco natural (Oriente Medo). Por tanto, las regulaciones religiosas de las legislaciones occidentales, no valen para el Islam en tanto que no es una religión como otras. Predicar la “guerra santa” como “pilar del islam”, sin especificar la diferencia entre “pequeña” y “gran guerra santa”, es instigar al asesinato y al terrorismo. Y Europa debe prevenirse ante supersticiones que pueden degenerar en criminalidad terrorista y “atajo” para lograr llegar a un paraíso sensualista. Todo lo que no sea enunciar ese “paraíso” como estafa a la esperanza pura y simple e impedir su difusión entre individuos de mentalidad primitiva y simple, supone dejar la posibilidad de que el fenómeno vaya extendiéndose cada vez a mayor velocidad. Se imponen, por tanto, restricciones a la predicación de “cierto islam” en Europa, que debe tener como complemento una declaración jurada, so pena de expulsión  cualquier país de confesión islámica, en la que los fieles islámicos residentes en Europa reconozcan explícitamente que la promesa de un “paraíso sensual” prometido a los que mueren en la guerra santa es una imagen literaria.



sábado, 13 de mayo de 2017

EL RAKNAROK HA COMENZADO


Donald Trump es multimillonario y presidente de los EEUU… lo que no quiere decir que sea “todopoderoso”. Sus primeros cien días en la Casa Blanca salieron a campaña mediática en contra diariamente. Los “todopoderosos” fueron, realmente, quienes articularon tales campañas que solamente bajaron de intensidad cuando Trump ordenó el bombardeo de las posiciones del Ejército Sirio: era el gesto exigido por el complejo petrolero–militar–industrial y por la oligarquía financiera para rebajar su nivel de oposición al gobierno legalmente elegido en los EEUU. Una especie de gesto de sumisión y respeto ¿Alguien pensaba que con Trump, al día siguiente, las cosas cambiarían radicalmente? Han cambiado, sí, pero sólo en la medida de lo posible, no hasta donde muchos hubiéramos deseado.

También hay varios fenómenos en el mundo “euroescéptico” a tener en cuenta:

– La decepción por los resultados de las elecciones presidenciales austríacas en las que el candidato del FPÖ no pudo vencer al ecologista.

– En Holanda, el Partido por las Libertades de Gert Wilders mejoró posiciones pero no lo suficiente como alcanzar la mayoría.

– Por su parte, en Francia, solamente el paso de Marine Le Pen y de Jean–Luc Melenchon (el equivalente a Podemos) a la segunda vuelta electoral, hubiera podido dar la victoria a la primera, y evitar la sucesiva dimisión de Marion Le Pen y las críticas internas de las que es objeto, en estos momentos, la línea oficial del partido (especialmente por su ataque al Euro).

Hace apenas cinco meses, algunos podían pensar que todo iba a ser más rápido: que la victoria de Trump (o, incluso, el Brexit) eran una victoria definitiva contra el stablishment y que Europa se vería salpicada por enclaves cada vez más en ruptura con el “viejo orden” de la globalización. No ha sido así. Es cierto que se ha registrado una “mejora general” en las posiciones de las fuerzas antiglobalización y euroescépticas. De hecho en todos los países europeos que hemos mencionado, son ya el “primer partido de la oposición”, esto es la “segunda fuerza”. Las victorias de los partidos del stablishment son –vale la pena no olvidarlo– “pírricas”: esto es, de muy corto alcance. Macron, apenas es una especie de última excrecencia del régimen francés con lenguaje híbrido entre la corrección política y el discurso neoliberal, tardará poco en fracasar. Veremos si el gobierno holandés, con las costuras de un Frankenstein, puede resistir mucho tiempo. Y no parece que en Austria las simpatías por la inmigración masiva y los “refugiados” hayan aumentando con la victoria de un “ecoloco soft”.

Los sistemas políticos modernos son complejos: no basta una simple “marcha sobre Roma” para derribarlos de un plumazo. Además, se apoyan unos a otros internacionalmente. Y lo que es aún peor: su “infraestructura” es común a todos ellos y está  formada por una malla compuesta por oligarquías económico–financieras que constituyen el basamento mismo del sistema y del poder mundial: no acuden a las elecciones, pero son el verdadero poder. Pensar que un simple proceso electoral puede hacer saltar de un plumazo a estas oligarquías es mostrar una absoluta ingenuidad, especialmente porque las elecciones tienen carácter “nacional” y esta infraestructura constituye los cimientos de un “sistema mundial”.

A partir de aquí hay tres posibilidades:

o bien el sistema mundial, construido sobre el absurdo neoliberal, terminará por desplomarse como un castillo de naipes (lo que parece más probable y a lo que seguirá un caos generalizado antes de que vuelva a estabilizarse un mínimo orden internacional);

o bien las fuerzas “europescépticas” y “antiglobalizadoras”, irán avanzando sus posiciones más y más, –como han hecho en los últimos 5 años– hasta que, por puro desgaste de las fuerzas que actúan en la “superestructura” del stablishment (los Macron y sus avatares) ya no estarán en condiciones de contener por más tiempo a los “populismos” (y en este caso, no bastará la victoria de estos en un país, sino que deberá ser en toda un área geográfica para alcanzar la masa crítica necesaria capaz de dar un vuelco a la situación);

– o bien, en última instancia, la aparición de una forma de terrorismo de nuevo cuño que, en lugar de golpear ciegamente, se oriente hacia los centros de poder haciéndolos saltar mediante cyberataques inmisericordes y/o liquidación física de la oligarquía (hipótesis posible que conocen bien los gemólogos: cuanto más dura es una estructura cristalina –un diamante– más fácilmente resulta hacerlo estallar simplemente dando un golpe preciso en un punto crítico).

La primera es la opción del Buda: “actuar sin actuar”, permanecer vigilantes ante el desplome del sistema (que inevitablemente sucederá), es la vía del “sacerdote”, del que medita y se prepara para cuando ocurra ese momento. Es la de quienes “cabalgan el tigre”: permanecen quietos y serenos hasta se ven pasar delante de casa el cadáver del enemigo y, entonces llega la hora de “los que han sabido permanecer en vela en la noche oscura”.

La segunda es la vía electoral emprendida por los partidos “euroescépticos”: es una vía a medio plazo de la que no puede excluirse que su victoria vaya, fatalmente, a confluir con la primera opción. Una victoria de este tipo puede precipitar el hundimiento del sistema mundial. Es la opción del “trabajador”, del que actúa con sus manos, con su esfuerzo y lo hace como un artesano medieval: hilando fino y realizando un trabajo preciso y constante. Es la opción de las “hormiguitas laboriosas”, del trabajo paciente sobre el terreno de la política convencional.

La tercera es la vía del guerrero y de la espada vengadora, propia de aquel que quiere precipitar el caos súbito para que genere, además de una catarsis liberadora, la destrucción de los fundamentos mismos de la “infraestructura” del sistema mundial. A fin de cuentas, si alguien pudo hablar de un “gramscismo de derechas”, ¿por qué no va a existir un “yihadismo euroescéptico”? Posibilidad remota hoy, pero que no hay que excluir mañana. Es la opción del toro que, en lugar de cargar contra el paño rojo que le ponen ante las narices, quiere “hacer sangre” e hincar sus cuernos en el núcleo duro del sistema, pero también es la actitud de quienes aceptan que les puedan clavar un estoconazo por todo lo alto.

No hay una cuarta opción, ni una cuarta salida. Porque pensar que el sistema mundial conseguirá funcionar indefinidamente mostrando unos niveles de eficacia incompatibles con las reglas del sistema económico mundial y con su tendencia desde hace 150 años a ir concentrando el capital en cada vez menos manos, es obstinarse en pensar a la manera “progresista”: ver la realidad a través de un espejo, olvidando que lo que estamos viendo es un reflejo de la realidad, y su inversión. Es decir, negarse a ver, por ejemplo, que, detrás de las victorias parciales de las fuerzas del stablishment, lo que existe es

1) un deterioro inexorable del sistema ante imposibilidad por parte de la globalización de estabilizarse y satisfacer a todas las partes,
2) un avance de las opciones “euroescépticas” que son ya la “segunda fuerza” en buena parte de Europa y
3) una progresiva brecha entre los intereses de la población y los de las oligarquías económicas que llevarán cada vez más a actitudes radicales tanto por una parte como por otra, constituyendo el detonante de la crisis desintegradora.

Simbólicamente, podríamos decir que “el Ragnarok ha comenzado”: la forma en la que percibíamos el mundo está muriendo. El “Lobo Fenrir” (la alta finanza, los centros de poder económico, los consorcios mediáticos, en definitiva, “la infraestructura” del stablishment) devora los mundos. Lo que tenemos ante la vista, no es la posibilidad de un simple cambio político, es mucho más. Los viejos dioses, todos ellos, están cayendo, todos, sin excepción. Pero estamos en un momento de transición en el que lo que está muriendo y agoniza, todavía mantiene, mal que bien, sus posiciones, y lo que está por nacer todavía no ha alcanzado el nivel suficiente de maduración. De ahí la ambigüedad de nuestro tiempo y el que los signos de desesperación se alternen con síntomas de que se aproxima el amanecer.

Personalmente, concedo más valor a las leyendas de los ancestros que a los mitos progresistas que constituyen la “superestructura” emotiva y sentimental de nuestro tiempo. Las leyendas arcaicas nunca se equivocan. 

jueves, 11 de mayo de 2017

Marion Le Pen abandona la política

Marion Le Pen ha anunciado que no se presentará a las próximas elecciones legislativas francesas ni tratará de revalidar su escaño en la Asamblea Nacional. 

Y es que para dedicarse a esto de la política hay que ser de una pasta especial: seguir rigurosamente las reglas del juego, entre ellas, simular, mentir, adaptarse al “pueblo”, evitar decir unas cosas e insistir en otras, y sobre todo tragar y tragar. Hay gente que no sirve para otra cosa. Las bancadas parlamentarias están llenas de ambiciosos sin escrúpulos dispuestos a cualquier cosa por un sueldo fácil y la perspectiva de poder realizar las ambiciones personales. 

Pero hay gente “normal” cuyos ideales son simples: tener un lugar bajo el sol, vivir en una patria digna, formar una familia, educar a sus hijos, aprovechar la vida. Es ahí en donde está el verdadero heroísmo. Esta última es la vía que ha elegido Marion Maréchal Le Pen que anteayer anunció su retirada de la política a los 27 años (“si no lo hago ahora, no lo haré nunca”) en una carta dirigida a sus electores (es diputada por la Vaucluse-Costa Azul), publicada en el diario Vaucluse Matin. Marion Le Pen seguirá afiliada al Front National, pero como simple militante. 

¿Qué hay detrás de esta dimisión? Hastío por la política y por los políticos, por los medios de comunicación y por las posibilidades de reforma de los sistemas políticos europeos. ¿Es censurable la actitud de Marion Le Pen en estos momentos? No, pero demuestra una cosa: que para ejercer una actividad política, hoy, hacen falta unas condiciones “nietzscheanas”, heroicas. No basta con ser honesto, no basta con defender un programa político justo, no basta con ser un patriota: hace falta ser “grande” en el sentido que dio Nietzsche a esta palabra quien concibió la política como creación, voluntad y destino. 

Para dedicarse a esto de la política, no basta con tener una mentalidad heroica, hay que ser también post-humanista. Eso, o te quedas en lo que se suele llamar “populismo”.