martes, 8 de agosto de 2017

A FAVOR O CONTRA EL TURISMO


Y se divierten confundiéndose con los granos de arena

INTRODUCCIÓN

La reciente campaña de tono menor protagonizada por los más jóvenes de la CUP contra el turismo ha generado posiciones encontradas. Para unos, si las protagonizan los de la CUP, hay que estar en contra “por principio”. A fin de cuentas, la CUP representa una especie de radicalismo independentista, neo–borroka, ideológicamente endeble, contradictorio y sin muchas luces. Si han errado en tantas cosas, probablemente esta sea una más, como cuando aquella de la CUP defendió a la “tribu” y el otro concejal tuiteó que a Ernest Lluch se merecía que lo asesinaran. De hecho, los de la CUP no son precisamente “intelectuales” lúcidos, ni sus análisis se caracterizan por su rigor y precisión. Son espontáneos en esto de la política y en un tiempo de desvaloración de la clase política, el último subproducto que es capaz de generar las dinámicas democráticas y que siempre encuentran sintonía con una fracción del electorado. Siempre habrá gente como ellos, producto de un sistema educativo quebrado q1ue no dan más de sí. Lo semejante se reconoce en lo semejante. Por eso existe la CUP y por eso existen animalistas, partidos rarillos: porque hay gente para todo. Pero, francamente, estar a favor del turismo, justo porque la CUP está en contra, me parece casi tan desaprensivo e intelectualmente inane que la postura de este grupo.

Seguramente por chiripa y como producto de las calores veraniegas, a falta de una actividad más convencional, la CUP –y más que la CUP, uno de sus grupos, Arran– han optado por una campaña antiturística. Hasta un reloj averiado, acierta dos veces al día la hora. Esto nos induce a realizar una reflexión sobre el turismo y lo que significa.

Ahí tenéis un ejemplo de "huir de las grandes ciudades" para pasar un "buen verano".

“VIAJAR” Y “HACER TURISMO”

El turismo es un cáncer. Y lo dice un viajero que ha recorrido buena parte del mundo ¿haciendo turismo? En absoluto: turista es aquel que realiza un “tour”, un recorrido, habitualmente recomendado o contratado por un “tour–operador”. El “turista” es un producto de la sociedad de masas. Alejandro Magno, recorriendo Asia, o Colón camino de las Indias, no podrían ser considerados como turistas, ni yo lo soy cuando evito destinos masificados, de moda o simplemente promocionados a buen precio. 

Viajar es una cosa: supone conocer el mundo, visitar, observar y aprender cómo son y lo que se cuece en otros países. No es llegar a un puerto, desembarcar, estar cuatro o cinco horas, reembarcar y así durante diez días, tal como se hace en los cruceros de pulserilla tan en boga en nuestro días (los hay de 5.000  pasajeros, se ha botado uno de 7.000 y se han diseñado para dentro de unos años, otros de 10.000… si esto no es un hormiguero flotante, se le parece). Viajar es estar y observar, no es llegar en avión, irse directo al hotel, rebozarse con protector solar, irse a la playa, comer, dormir y en las noches discotequeo ruin hasta cinco minutos antes del coma o el infarto. 

El turismo es una actividad esencialmente masificada que sigue flujos concretos determinados por la industria. Viajar es algo incompatible con la masificación. Lamentablemente, viajar es algo que cada vez se puede realizar menos, especialmente si uno está sometido a un trabajo fijo y a unos ciclos de vacaciones veraniegas establecidos e inapelables. Afortunadamente, para viajar tampoco hace falta irse tan lejos: cerca nuestro existen lugares desconocidos de belleza insólita y serenidad sin límites.

TURISMO = MASIFICACIÓN

En principio estoy contra el turismo porque se trata de una actividad masificada. Huyo de la masa como huyo de la peste. Recomiendo ir a la playa a primera hora (yo lo hago todos los días) de 9 a 10, prácticamente no hay nadie. Nunca se me ocurriría ir en horas de mayor masificación que, por cierto, coinciden con la mayor radiación solar y con su mayor peligrosidad. Y luego, es posible volver a partir de las 19:00 horas, cuando el sol se oculta y es en los momentos en los que la brisa marina refresca. Las playas a esas horas suelen despoblarse. Tomad nota. Por otra parte, nada tan inútil como “tomar el sol”: el sol no se “toma”, te da o no te da. Y te puede dar caminando y haciendo ejercicio. Nada tan pasivo como tenderse sobre la arena, vuelta y vuelta, sin hacer absolutamente nada durante horas. La playa es para hacer un ejercicio imprescindible: natación, nadar en el mar no es nadar en una piscina clorada, os lo aseguro. Además de ser un ejerció menos brutal que levantar pesos o machacarse a base de footing, se absorben iones de agua marina ricos en minerales y se cultiva resistencia, esfuerzo y dureza. ¿Vais a la playa? Nadad, malditos, nadad. Porque si solamente vais a “tomar el sol”, cabría decir que en la azotea de vuestra casa o en un parque público delante del trabajo podéis hacerlo, no se requiere ir a un paraíso turístico masificado para practicarlo.

El turismo, como digo, no es más que un fenómeno de masas en el que el individuo, tan anónimo como el grano de arena de la playa, trata de imitarlo: si no se ve rodeado de miles como él que hacen lo mismo que él, se siente desgraciado e incómodo. El turista es siempre un individuo (no una persona: la persona tiene rostro, el individuo es anónimo) en manos de otros que diseñan su ocio, como se troquelan piezas o se produce en serie. Si uno rechaza la modernidad y todo lo que implica, rechazará necesariamente “hacer el turista”. Además, si gusta viajar, todavía existen momentos, tiempos y destinos para hacerlo: no es preciso pasar bajo las horcas caudinas de los “tour–operadores”.

En defensa del porro ante la Genberalitat... a pesar de que la política catalana muestre que probablemente se fuman más canutos dentro del Palau de la Generalitat como fuera

EL TURISMO EN LA ECONOMÍA

Tal sería la primera cuestión: no me gusta el turismo, porque no me gusta lo impersonal, anónimo, sin rostro, ni la actitud de quienes renuncian a ser ellos mismos y ponen su odio en manos de terceros. Que el diablo y las estadísticas se los lleven, que diría Nietzsche. Ahora bien: el turismo –se dice– es un negocio, una industria de la que dependen millones de puestos de trabajo. Es, por tanto irrenunciable. Veamos esta línea de argumentación.

El turismo empezó a ser negocio durante el franquismo. A partir de 1960, un año después de la nueva ley de inversión extranjera en España, se dio el pistoletazo de salida para que el turismo, que hasta ese momento había ido llegando con cuentagotas, pasara al modo riada. Debió ser en 1962 cuando se recibió al “turista un millón”. Ahora ya ni se cuentan, pero vamos por los 75-80 millones anuales y a un ritmo de crecimiento del 5% hasta 2050. Es decir, que en torno a mediados de siglo vendrán a España 150 millones de turistas extranjeros. Así pues, si usted quiere dedicarse a una actividad lucrativa, dedíquese al turismo. ¿Para qué va a cursar su hijo o usted una ingeniería industrial, para qué una carrera tecnológica de alto valor añadido o una humanística de valor cultural: entrénele y entrénese para servir copas, hacer camas, limpiar habitaciones y pinchar discos. Enséñele las cuatro reglas de media docena de idiomas y lo tendrá preparado para dar la bienvenida a gentes de no importa qué origen.

Algún tontopollas (expresión granaína extraordinariamente elocuente) rechaza el turismo “porque es franquista”. Quien lo hace, seguramente es más superficial que el sentido del humor de Freddy Kruger. En el fondo, el turismo sí fue, originariamente, “franquista” (tanto como la sopa de ajo o el vino en tetrabrick), pero los tecnócratas del franquismo eran lo suficientemente inteligentes como para saber que se trataba de un negocio de muy bajo valor añadido y que solamente podía coexistir con otros sectores que rentaban mucho más beneficios con menos esfuerzos: por eso se construyó una petroquímica en Tarragona, por eso había altos hornos y astilleros en las costas, por eso el Instituto Nacional de Industria hizo lo que correspondía a su nombre (industrializar el país), por eso se abordó el Plan Badajoz o las políticas de concentración parcelaria y, por eso, finalmente, Franco, inauguraba pantanos con la misma frecuencia con la que hoy los presidentes de comunidades autónomas y alcaldes de las grandes ciudades inauguran orgullosos carriles bici. Para el franquismo, hay que recordarlo, el turismo era uno de los puntales de la economía nacional, pero no era ni el único, ni siquiera el más importante. Había otros.

Tal es la diferencia: hoy le quitas a la economía española el turismo y, simplemente, se derrumba. El paro ascendería bruscamente a los 8.000.000 y los ingresos del Estado descenderían un tercio. No hay otros sectores de sustitución, ni siquiera otros puntales de la economía (salvo, claro está, la especulación). El problema no fue del franquismo, sino de los que llegaron luego y muy especialmente de quienes negociaron el Tratado de Adhesión de España a la Comunidad Europea que nos situaron en la periferia de Europa, como “nación de servicios” y uno de ellos era el turismo. Ni siquiera hemos logrado ser –como aspiraba Aznar– el geriátrico de Europa. Los extranjeros jubilados que llegaron aquí en los 90 y en los primeros años del milenio, están abandonando el país y el flujo se ha interrumpido: demasiado caro, demasiado inseguro, demasiado sol, demasiado chorizo, demasiadas colas en la sanidad, demasiado pasotismo, demasiado colgado. Además hay otros horizontes más serios y fuertes: el Adriático, especialmente. Después de la reconversión industrial (es decir, tras el holocausto industrial) sólo nos ha quedado el turismo. Nada más que el turismo.

Pensemos en una ciudad como Barcelona: está completamente dedicada al turismo, no hay más industria que la turística, ni más inversión que en ese sector. La ciudad, que empezó a estar de moda cuando los Mundiales de Fútbol de 1982 y luego con las Olimpiadas celebradas diez años después, convirtiéndose al monocultivo turístico con el ayuntamiento nacionalista. Hoy, Barcelona sólo tiene ingresos por esa parte. Si, por una circunstancia dramática, el flujo turístico cesara bruscamente (y puede ocurrir: una epidemia, algún asesinato truculento de impacto internacional, atentados yihadistas, inestabilidad política y conflicto civil, todo ello verosímil), la Ciudad Condal luciría como Detroit: con la mala hierba creciendo en las calles y edificios comerciales abandonados.

Así pues, el segundo problema es que nuestra economía hoy depende del turismo y su columna vertebral es ese sector y no otro. Si hay que buscar un responsable ese es Felipe González, sin ninguna duda: fue él, a fin de cuentas, quien firmó el acta de adhesión a la Comunidad Europea. Establecida la responsabilidad vamos a otro tema: ¿quién diablos viene a éste país? ¿Hay un perfil mayoritario del turista?

Los límites del mal gusto hace tiempo que se han sido superados por el turismo de aluvión, chancleta, garrafón, balconing y porrtito.

TURISMO DE BAJO NIVEL

Basta mirar los ojos y ver: cada año el turismo tiene un nivel –cultural, social, educativo- más bajo. No puede extrañar: los tour operadores, a fin de atraer a más y más millones de turistas, se ven obligados a rebajar precios, hasta que llega un momento que, prácticamente está al alcance incluso de los que viven de la caridad pública. Y no digamos de los colgados. Hay que recordarlo: hay países que atraen turismo con la perspectiva de la sexualidad (Thailandia, Cuba, la República Dominicana), son verdaderos burdeles (y es triste que el mundo te vea como un burdel). No es el caso de España, desde luego, pero sí que una parte sustancial del turismo, especialmente el que viene a Barcelona, está atraído porque aquí se puede hacer lo que en el país de origen está prohibido o nadie se atrevería a hacer. Fumar porros, por ejemplo. En Francia no hay grow–shops, pero solamente en torno a las Ramblas barcelonesas hay 400 clubs de cannabis a precios más baratos que los holandeses… ¿Se entiende el por qué cada año hay más accidentes de tráfico, muertes por balconing, y este año un número espectacular y desmesurado de ahogados (¡casi 300 en lo que va de año!)? Se fuma demasiado porro, se consume demasiado alcohol y se realizan mezclas de alcohol, anfetas, porros, coca, sin que a nadie le preocupe absolutamente nada. Está banalizado. Algún pijo–guay dirá que el porro no es peligroso y que el tabaco lo es más… sí, claro, pero el tabaco no induce a la somnolencia, ni genera psicodelia, en cambio un canuto bien ligado sí. ¿Se ve la diferencia? ¿Se entiende porque hay más accidentes y lo que llega es más conflictivo? Gente incapaz de controlarse, incapaz de tener sentido de la medida, bebe sin límites y lía porros trompeteros igualmente sin límites.

A pesar de que en nuestro país hay muchas cosas para ver y para maravillarse, lo esencial de los recorridos turísticos no va por ahí: va, simplemente, por el modo de diversión y ocio de más bajo nivel, lo más cutre, simplón y bobo. Y estas cosas son selectivas y excluyentes: zonas como Salou jamás de los jamases recuperarán un turismo de calidad: se ha producido una selección a la inversa, el turismo de balconing, borrachera, meada fácil y amante de la peor música, domina y ha excluido por completo, un turismo algo más exigente. Así pues, podríamos ofrecer turismo en zonas desérticas del país, a condición de que instaláramos redes de clubs de cannabis, pipis-can, unos pocos toldos bajo los que dormir la mona, paradetas de venta de latas de cerveza a menos de treinta céntimos y puntos de venta de garrafón. Buena parte del turismo que viene aquí es eso y no otra cosa lo que buscan. No somos el burdel de Europa pero si el fumadero de canutos. Podéis estar orgullosos.

¿Puede sorprender el que un joven británico que cobra una paga del Estado se vuelva, literalmente, loco cuando ve en los supermercados DIA latas de cerveza a 0’26 céntimos, cuando en su país, una calidad similar está a libra y media? La solución sería elevar los impuestos del alcohol… ejem, no fastidiemos: seríamos nosotros, los autóctonos, los primeros afectados. Sí, porque, en el fondo, el turismo genera también efectos perversos sobre las poblaciones autóctonas: lo paradójico es que cada vez se baja más y más el listón para abrir fronteras a un turismo de nivel cultural, económico y educativo más bajo –de hecho, ya estamos próximos al “España = paraíso turístico para indigentes culturales, económicos y sociales”– y, sin embargo, el coste de la vida cada vez sube más para los habitantes autóctonos. Esto se nota, por ejemplo, en Barcelona: un café todavía debería costar menos de un euro, sin embargo, en el extranjero es mucho más caro, por lo que los hosteleros avispados tienden a elevar el precio hasta el límite en el que sigue siendo barato para el turista (que lo compara con el de su país), pero es el doble de caro que el autóctono estaba dispuesto a pagar. Y es que, los hosteleros, normalmente, tratan a todo el que aparece en su establecimiento, nacional o extranjero, como turista.

La alternativa parece, a un lado el burkini, a otro el emputecimiento

LO QUE TIENE SER LA PERIFERIA EUROPEA

Para colmo, las nuevas tecnologías que han impuesto nuevas fórmulas de negocio y de viaje, ya no en hoteles estandarizados y masificados, sino en habitaciones de apartamentos, han generado en la Ciudad Condal una subida del precio de la vivienda y de los alquileres del 20%. Edificios del Ensanche barcelonés que hasta ayer estaban habitados por familias en régimen de alquiler, han sido desalojados y transformados en hoteles informales y fuera de todo control. No es que estén siendo explotados por particulares (estos están penados por un ayuntamiento que prefiere machacar a los pequeños propietarios) sino por los grandes trust hoteleros e inmobiliarios que han apostado por esta fórmula libres para vaciar edificios, sin preocuparse de quien los habita temporalmente, ni se alarmen por el bajo nivel cultural y de educación de los turistas ocasionales. Los propietarios de estos trusts y grandes empresas no viven en esos barrios: es el barcelonés medio el que debe bregar con esta barbarie ante un ayuntamiento indolente y preocupado por los carriles bici, por el orgullo gay, subirse disimuladamente los sueltos, colocar a los cuñados y recaudar diariamente mediante las multas de aparcamiento.

Tal es la perspectiva. El panorama es odioso. Es el precio de haber renunciado a cualquier actividad industrial o agrícola, aceptando ser la periferia de Europa y permanecer mudos ante la precarización de la vida y la invasión turística (que se une a la invasión de la inmigración). Los beneficios económicos que puede reportar el turismo no tienen compensación con los prejuicios que ha aportado y está aportando a la mayoría de ciudadanos. Prejuicios que, especialmente podrían haberse evitado si España no fuera como es hoy un monocultivo turístico (PP y PSOE, junto con la extinta CiU, al alimón son los CULPABLES; no vayamos ahora a olvidarlo y echemos la culpa al franquismo o a los visigodos). Lo peor es que España no es otra cosa: es solamente eso y nada más que eso. Cada vez más, ante una administración depredadora, el perfil del país será ese: destino turístico masificado para turistas poco o nada exigentes, de botellón y de chancleta, de disco playera y de garrafón, un turismo que de música conoce el Despacito y la canción del verano, algo de hip-hop y el rap es demasiado intelectual para ellos, y que ve en España el país en donde se fuman los porros más baratos de toda Europa.

Protestas inútiles que llegan tarde y que son flor de un día y protagonizadas por ciudadanos que todavía creen en Papa Noel.

ABOCHORNADO DE SER ESPAÑOL

Siento vergüenza de mi país y de esto en lo que lo han convertido. Abandonad toda esperanza: esto no tiene remedio. Ya es imposible cambiar la estructura económica del país, sin que todo se derrumbe. Lo oís: es tarde para imprimir cualquier cambio de rumbo. Además, para hacer alguna reforma en profundidad, haría falta POLÍTICOS, y esto hace décadas que han desaparecido sustituidos por individuos coriáceos que sólo buscan agradar a los medios, llamar la atención del electorado quince días antes de las votaciones y subirse los sueldos. Lo que tenemos son parásitos ciegos y oportunistas, cuyas políticas no cambian; en absoluto “políticos”. Lo único que cambian son sus actitudes: antes y después de llegar al poder. Observemos que la Colau, por ejemplo, lleva ya dos años y pico en el poder y en este tiempo, los procesos de desplome de la ciudad por presión turística, se han acelerado hasta alcanzar velocidad asindótica. Lo que ha hecho la Colau, en la práctica, ha sido llegar al último extremo de las políticas anteriores de los gobiernos tripartidos y nacionalistas del ayuntamiento. Y eso que iba de protestaría y contestona. Suele ocurrir que los más “rebeldes” terminan siendo los que antes se aclimatan a los vientos que soplan de los trusts turísticos y de las inmobiliarias.

¿Se puede hacer algo? Sí, irse. A Barcelona y a otras ciudades de entidad similar les queda mucho por sufrir. No desde luego a las piedras que, a fin de cuentas, son tan indolentes como las administraciones, sino a los ciudadanos autóctonos. Para abordar las reformas necesarias no hacen falta partidos, ni referéndums, ni siquiera elecciones. Hacen falta superhombres en el sentido nietzscheano del término. Y esto, hace mucho que desaparecieron. Por primera vez en la historia de España, estamos ante una acumulación de problemas de tal magnitud que comprometen y hacen difícil la subsistencia de nuestra sociedad y ante los cuales no puede aplicarse ninguna solución que corrija, ni siquiera que retrase los tiempos del hundimiento. Sin olvidar que no existen grupos sociales en número y con capacidad suficiente para reaccionar y capitanear un enderezamiento de la situación digno de tal nombre y que no sea una mera portada mediática (¿os acordáis de los “indignados”? pues bien, ese es el límite máximo de lo que puede dar el rechazo a lo existente).

Abandonad toda esperanza: esto es tierra quemada.

BARCELONA IS DETROIT, IS NOT NEW-YORK

A diferencia de los chicos de la CUP, yo que soy más “anti–turismo” que ellos (y además, sé porqué lo soy), estoy, así mismo, persuadido que el problema carece de solución: la alternativa a una Barcelona no turística es, hoy, tal y como están las cosas, Detroit. No, como pretendía Maragall y aquella generación de socialistas alucinados y vividores que asumieron el control de la ciudad desde la transición, hacer de Barcelona una ciudad fashion, la Nueva York del Mediterráneo, sino más bien la Detroit de nuestro horizonte. Eso, o en el mejor de los casos, convertir a BCN en una ciudad de inmigración, la nueva Marsella, No hay salida, insisto: el foso es demasiado profundo como para que algún modelo económico pudiera aportar los ingresos que traen 80 millones de turistas. No hay sectores económicos que puedan absorber los 8.000.000 de parados que se generarían con la liquidación del sector turístico, ni siquiera con un leve redimensionamiento. No hay, pues, solución, si de lo que se trata es de seguir las leyes de la lógica. ¿Atacar al turismo? ¿Para qué? Seguirán llegando. ¿O es que creéis que un borracho inglés renunciará a cervezas a 0’26 céntimos o un colgado francés hará ascos a porros para todos los colegas a 20 euros en cualquier club de las Ramblas o aledaños simplemente por el hecho de que unos nanos le hayan pintado el autobús turístico o unos vecinos airados le hayan increpado en un idioma del que no conoce nada?

Un par de consejos: los que podáis, preparar las maletas. Si os quedáis en España, vais a asistir al declive cada vez más acelerado de un país y de una sociedad. España está peor que cualquier otro país europeo. Os lo aseguro porque conozco muy bien Europa. Se dirá que en Grecia están peor todavía. Sí, es verdad, pero, al menos en Grecia saben por qué están mal, son conscientes, han reflexionado y se han producido cambios –no los suficientes, pero sí que hay grupos de protesta, a derecha e izquierda cuya existencia es elocuente y, sobre todo, el ciudadano medio tiene alguna conciencia de lo que ha ocurrido–; por el contrario, en España, ni siquiera se es capaz de reflexionar sobre nuestro hundimiento, a qué se debe y quiénes son los responsables. De hecho, resulta significativo que hayan sido los “intelectuales” de la CUP, los que han tomado la bandera de la protesta anti turística en estos momentos de preocupación pre-referéndum. Pensar cómo salir es ocioso cuando todavía la población no ha constatado que está en una sima.

No creo que sean de recibo las campañas de los borrokas catalanes. Y no porque la industria turística no precise un tirón de orejas (precisa mucho más que un tirón por cierto), sino porque no hay alternativa: la actual dinámica es mala y va a peor, la propuesta por la CUP es torpe, limitada, ciega y supone un doble salto mortal: Barcelona sin turismo, bien ¿y de qué vive una ciudad que solamente tiene al turismo como actividad? Y lo contrario, seguir como estamos, es insoportable y, no os quepa la menor duda, la situación se irá degradando cada vez más. No hay solución, salvo el pataleo y el ir preparando las maletas hacia horizontes más agradables. Porque viajar implica conocer otros lugares y pronto se entiende que cualquier lugar es bueno para vivir, con tal de que tenga una economía diversificada, un nivel de educación aceptable y un sistema educativo y sanitario como el que hace décadas resultó destruido en España. Y, países de este tipo aún quedan. Afortunadamente. Podría repetirse lo de que “me duele España”, pero es porque me duele hasta lo insoportable, que la única forma de sanar es la lejanía. Esto es tierra quemada. Y si alguien me demuestra lo contrario, me alegrará, francamente.